| Carta a Juan Clemente Zenea |
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| por RAMóN FERNáNDEZ LARREA, Barcelona |
Parte 1 / 3 |
Coterráneo y cabañístico poeta Juan Clemente Zenea:
Mirando tu caso, uno se da cuenta de que el mundo es injusto. Tal vez sea un problema físico, un lío plástico y geográfico, relacionado con esa desproporción del globo terráqueo que siempre nos han descrito con la misma cantaleta: "achatado en los polos y abultado en el ecuador". Si a uno le toca, por suerte, la parte del abulte, se forra y lo pasa jajá la jardinera. Otro gallo canta y desafina si la zona que nos toca es puro escache, nos persigue la psicología del achatado y todos los polos se nos oponen. Polo negativo. Polo acuático. Polo mismo que te digo. Y todo por ser poetas. Uno se pone a hacer poesía, habla de las golondrinas peregrinas, y a la gente le entra la peregrina idea de que uno viene ya un poco sonado. Y te acusan de todas las traiciones posibles. Y más si viajas. Y muchísimo más si el viaje es al norte de brutal revoltillo. Entonces eres, para el resto de los mortales, los de la parte abultada, un absoluto, enorme, irremediable traedor.
¿A que eso no le pasa a un jefe de lote, eh? ¿A que jamás has visto a un carpintero envuelto en tales acusaciones? Los carpinteros pueden llegar a ser medio cornudos y despistados, por aquello de mucha madera pero poco palo. Mucho cepillo y nada de viruta. Les endilgan un mesías muertos de risa, una paternidad de matute, un globo menos terráqueo, casi de terracota. Pero nadita de traiciones. ¿Y un albañil, a ver? ¿Y a un ingeniero hidráulico? ¿Y a un vendedor de fritangas? Lo más que le puede pasar a un vendedor de fritangas es que le acusen de tener gato encerrado, o de meter perro muerto. Alguna hamburguesa de tiñosa o de golondrina. Y si es peregrina, mejor.
Voy a hablar contigo con absoluta confianza. No sólo coincidimos con lo del pueblo, sino en eso de que no somos jefes de lote, y, para más puntos comunes, parece que a los dos nos ha tocado la parte menos ecuatorial del planeta, esa que padece de planicie demoledora. De modo que, similares en el ánimo, en este oficio despreciativo y sospechoso que poseemos ambos los dos, y en el común manejo de golondrinas diversas —sin ser veterinarios ni marinos— vamos a poner los puntos sobre las íes, y a buscarle el agujero al coco, para que el diálogo sea claribel como el agua. Prístino y preclaro. Los de Bayamo somos así, allá donde báyamos. Llegado el caso, damos candela al macao, con esa tendencia genética a lo de "sólo cenizas/ hallarás de todo/ lo que fue mi amoooooor".
Como lo tuyo con los españoles terminó en la fortaleza de La Cabaña y yo soy muy despistado, o viceversa, valga la repugnancia, siempre tenía como tres o cuatro despistes contigo. Que pueden ser secuelas del incendio del pueblo, o alguna mala risa que se me trabó, de niño, viendo al payaso Tragabala, en su caballo falso, alguna celebración del 12 de enero. Fíjate a dónde llega mi despiste que, en mis años mozos, antes de convertirme en adúltero hecho y deshecho —y como a uno ahí, enloquecido, le dio por hacer diez millones de toneladas de azúcar, no sé si previendo las amarguras que nos esperaban— yo no fui un mozo normal en tiempos de mocha y machete, sino un mochalbete, para estar en la onda de la zafra. Así, a golpe de pérfido cortante, con el chas chas chas, que era un ritmo más sufrido, empezaron una campaña de "Libertad para Luis Curvalán", y yo estuve muchísimo tiempo con la idea fija de que el Curvalán ése era un pitcher que estaba en canela por haber perdido un juego frente al equipo de los malos, es decir, los americanos. Y no era pelotero el hombrín, sino un chileno con bigottitto, que amaba la salianka. Una especie de matriushko allende los males.
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