Miércoles, 20 febrero 2002 Año III. Edición 306 IMAGENES PORTADA
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Carta a los Kikos plásticos

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA Parte 3 / 3

Pensé también que era un brillantísimo plan para que creciera la población bovina, dándole un descanso a las Matildas, pero el bistec seguía sin aparecer.

De manera que, con el serrín mental que le he ido metiendo, durante años, al fenómeno que representaron, a los ardores que provocaron, al unánime rechazo que motivaron, he llegado también a pensar que a ustedes los diseñó algún polaco desertor que trabajaba en aquel momento para la CIA. Lo de la nacionalidad me lo da a oler el recuerdo de que uno se sentía, al ponérselos, como viviendo en el gheto de Varsovia en 1939. Y de que era una estrategia genial parida en Langley, Virginia, para desestabilizar a la Isla, me lo demuestra el que hubieran querido atacar al cubano precisamente en su parte más sensible y nacional: los pies.

Al cubano no le gusta oler mal, y ustedes causaban hongos aún no catalogados por la ciencia, y un échatepallá y un rompe grupo inevitable. Al cubano le gustan las cosas que fluyan, como el guarapo, el chocolate espeso y el batido de mamey. Lentos, pero de transcurrir elegante y sabroso. Que bajan por el desagüe con una cadencia altanera y vacilable. Y en el calzado: lo que le deje figurar, pararse bonito, deslizarse dulce como una guabina, pero preciso a la vez. Si uno se va de ritmo ya va perdiendo puntos en la nacionalidad. Al cubano le encanta sentirse mimado, por eso le privan las camisetas, las pantuflas acolchadas, los serenos cisnes en la pared y el tabaco que no tenga bomberos dentro. La vida rica, sin trabas, para marcar territorio. Y ustedes resumían lo anti-todo. Y para colmo, casi todos eran grises como un discurso.

Cuando intentaron darles variedad, y sacaron una línea medio marrón, ya parecía que el osado que se había atrevido a estrenárselos acababa de cazar un cocodrilo entre los mangles.

A no ser que el polaco trabajara para uno que yo me sé, que todo lo que ha hecho en su vida se parece mucho a ustedes: chambón, picúo, masivo, sin glamour, maltratante, incómodo, sin perspectiva y evitando que la gente se deslice con suavidad y júbilo.

Estaban hechos con algún objetivo malévolo. No imagino al Padre Varela, con un par de Kikos, concentrándose en alguna esencia con todas sus fuerzas; ni al Maestro arengando incómodo a los tabaqueros de Tampa. Si Heredia los hubiera tenido puestos a la hora de escribir su Oda al Niágara, alguna estrofa le cojearía.

Tal vez el laboratorio no estaba en Langley, Virginia. Sino en el reparto Vieja Linda. Y teníamos todos los vietnames del mundo concentrados. Aunque los hubieran hecho con huequitos. Los agujeros eran para que los pies gritaran.

Plastificado de pavor
Ramón

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