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Carta a Ramón Fonst

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA Parte 1 / 2

Florético y mosqueteril Ramón Fonst:

No le había escrito antes porque no tenía nada que esgrimir. Y también porque estaba en la estacada. Que de estacada a estocada sólo hay un puntazo. Hoy, ya retoñado, florecido, agarro el florete por las hojas y me lanzo a fondo con el samurai dando mandobles. No era cosa de dejar a un gran campeón sin palabras, ahora que nos están faltando espadachines, y el juego es a pedrada limpia.

No negaré también que andaba un poco acongojado y se me ponían los congojos en la garganta, desde que me enteré que usted se pasó la vida retando gente, mandándole padrinos a Malanga y el puesto de viandas por cualquier cosa, "siempre que tenía razón" —apunta usted— pero ¿y si me malinterpretaba o no le acomodaba un gesto mío, quién quita que no llegaran a mi casa un par de señores solemnes, vestidos de prieto, a darme un guantazo en la carótida de parte suya, para presentarme en el campo de honor, con el frío que se manda en los amaneceres duelísticos que se usaban entonces? ¿Quién va a levantarse a las cinco de la mañana para que lo ensarte un campeón de esgrima en medio de los matojos? Creo que por esa razón sólo aceptó su reto uno solo, de los más de cien a quien pidió usted reparación de honor.

En la etapa que yo viví, solicitar una reparación era un dolor de cabeza. No sé si el honor lo arreglaban rápido o había piezas. Pero lo que era mi Krim 18, por poquito se pudre en una esquina esperando por el consolidado y su reparación. Sospecho que el honor lo tiraban más a mondongo, y había guasa y guabineo con esa categoría. Es más, le puedo asegurar que se extinguió. Y en otras zonas, reparar el honor venía por la zona vaginal, lo que ya era envaginarse la dignidad con la reparación, y lo que pudo haber sido noche de amor se convertía —por un ligero atraso mental ahí que nos dejaron los conquistadores— en rotura de aparato, desastre total, acto cuasi criminal. En fin, que había que ver en qué dignidad metía uno su honor. O si el amor podría echar a perder honores. Un honor de colchoneta era entonces un Honorato de Bazar. No se olvide de aquella guarachita llamada El plato roto, donde se afirmaba, con jocosidad patriótica que "Pancho tuvo que pagar/ lo que rompió Rafael", tal vez porque Rafael sabía dar las estocadas profundas o era más ágil con su florete.

Al menos usted no se andaba con chiquitas —eso siempre es peligroso para lo de la reparación de honores— y le mandó padrinos a personalidades en Francia, Inglaterra, España y Estados Unidos. Es decir, no era una guapería de barrio de esas en que llega un tipo a decirte: "Dice Fonst que te va a sonar un gaznatónst, que te espera mañana a las 6 y media en la escalera de El Fanguito. No lleves testigos, que siempre hay un chiva de gratiñán por ahí". No, lo suyo era de altos quilates. Y ahora me explico muy bien por qué reaccionaba la gente tan rápido disculpándose, cuando leo su descripción física: "Alto, fornido, de brazos largos como ramas de almendro, su figura no se parece a otra en toda su dimensión". ¿Y así usted quería apearle un machetazo al pinto de la paloma? ¿Usted cree que con ese estalaje de almendrón de Bergerac la gente iba a ir de curiel con sarna para que le hicieran los pespuntes con la cimitarra? Si a eso le sumamos que no sólo era campeón olímpico de esgrima, sino que había tenido trofeos y premios en tiro, boxeo francés y ciclismo, ya es un abuso. Lo del boxeo francés, que se llama Pancracio, e incluye patadas en las canillas, debe doler igual que el ruso, el americano o el cubano. Un jaba la quijá no entiende de idiomas, y uno igual se cae redondo para la lona, sin traductor al lado. Y se hacía usted más peligroso, porque si uno espantaba la mula, allá se iba su mosquetera majestad, en bicicleta, a descerrajarle un navajazo en la nalga al huyente o un tiro en un pie. Si el honor se repara así, yo prefiero a los talabarteros.

Lo innegable es que era usted tan bueno con el acero que daba esgrima. Y en la Francia a donde fue a vivir con su familia, como debe hacerse si uno sable mucho, ya a los 17 años capaba a una guasasa en el aire, todo gracias a su profesor de esgrima, francesillo y casi descendiente de Athos, Porthos y Aramis, de nombre Albert Ayat, que en las Olimpiadas de 1900 le dijo: "Ayat tú con lo que hagas". Y usted, ni corto ni pérez ni oso, le hizo caso, y junto a un italiano llamado Nedo Nadi —que aprendió a espadear por las burlitas que le hacían con su nombre— fue el único cristiano en arramblar con tres medallas de oro en las pruebas individuales. Claro que ya desde los 11 añojos era todo un campeón de florete en ese país, y siguió floreteciendo con la edad, su corpachón y sus mañas.

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