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El mundo en período especial

El principio del fin: una interpretación sui generis de la crisis del sistema capitalista.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ  

El imperialismo, el neoliberalismo y el capitalismo están entrando en "período especial", dijo Fidel Castro en la clausura del X Encuentro del foro de Sao Paulo en La Habana, el 7 de diciembre, y la frase apareció desplegada en un titular del diario Granma. Tras digerir esta clase de información, no cuesta ningún trabajo imaginar a los italianos haciendo cola en Roma para comerse una pizza. Y en una fonda de Madrid le responderán al cliente que pidió un plato de garbanzos que la sequía afectó la cosecha en la península ibérica. Y al ir a comprar una botella de vino en Francia, el dependiente responderá que es para la exportación. Ni los mismos EE UU escapan: ya los neoyorquinos no pueden desayunar huevos fritos con bacon en la cafetería de la esquina porque hubo problemas con la entrega del pienso este año y las gallinas no están poniendo.

En Tokio, las japonesas sólo podrán comprar un kimono al año, y van a sustituir la seda por poliéster por una cuestión de austeridad. En este momento los hospitales alemanes no tienen reactivos con los que hacer análisis de heces fecales, y las placas de rayos X están reservadas para casos más graves. En Praga no pueden atender a los clientes que van a tomar cerveza: los compañeros están en una reunión del sindicato. Las jóvenes de las familias decentes de Mónaco y Luxemburgo se están prostituyendo: la economía ha entrado en picada por la falta de turistas en los casinos. Ya el tren no pasa a su hora en Londres. Los británicos no podrán ser más puntuales. La sinfónica de Viena está de recorrido por los campamentos de trabajadores voluntarios. Tomar un taxi en Estocolmo está por encima del salario medio diario del trabajador sueco. Y en Ciudad de México la gente espera horas a que llegue la guagua o el camión, como le dicen allí.

La leche es sólo para los niños —se les considera así hasta los siete años— en Holanda. Se acabaron las naranjas en California. Hay que ir al médico a que dé una receta para tomarse un jugo. Y con la falta de preparación de todas esas sociedades para pasar trabajo, será el caos.

Uno va a alquilar una habitación en un hotel de Acapulco y le dicen que es para turistas. ¿Y qué será uno? Y que no puede pasar con esa chica porque es mexicana. Los pacientes de los hospitales de Santiago de Chile tienen que llevar las sábanas. Y no hay calefacción en Canadá por la crisis energética. Por las calles de Seúl circulan los carros de los años 50; y a un turista acaban de arrancarle la cadena de oro en Venecia. Amenaza con derrumbarse la Torre de Pisa por falta de mantenimiento. La TV en Brasil sólo va a trasmitir por la noche. Y The New York Times reducirá su formato al de un tabloide de ocho páginas porque hay que ahorrar papel.

Los restaurantes de Palma de Mallorca sólo podrán tener 12 sillas. En Dinamarca recogerán la basura cada cuatro días. Y en este momento los ciegos y los paralíticos están vendiendo licras en la acera de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Debe uno imaginarse un camello bajando por la calle principal de Lisboa. O que venga la carne a las casillas de Buenos Aires a razón de tres cuartos de libra por persona, cuatro veces al año, con este lío de la crisis económica.

No hay bacalao en Noruega. Los esfuerzos del Gobierno se centrarán en la acuicultura. La policía suiza está registrando a los campesinos que vienen a Zürich para que no puedan vender queso en la ciudad. En Helsinki a cada obrero los sindicatos fineses le están dando un abrigo y un par de botas gratis, pero no pueden haber faltado al trabajo en todo el año.

Los bicitaxis inundan Miami. La tracción animal ha vuelto a la agricultura francesa. Hay que caminar todo Sydney para encontrar un teléfono público que comunique. En los suburbios de Johannesburgo están cocinando con leña. Y los ingenieros de la American Telephone Company están dejando el trabajo para dedicarse a vender laticas de pomada china en la esquina del capitolio de Washington. Dicen que el sueldo no les alcanza para vivir.

En fin, que el mundo es un desastre. Ante tal situación de desconcierto, ya se están haciendo a la mar los balseros para venir a Cuba, único lugar donde nadie quedará desamparado.


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