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Carta a Yuri Gagarin

por RAMóN FERNáNDEZ LARREA Parte 1 / 3

Ingrávido y cosmopolita Yuri Alexeyevich Gagarin:

Menos mal que todavía te recuerdo vestidito de blanco, junto a una cosa grande, verde, barbuda, desaliñada y con boina, saludando con cara de ruso alegre a la multitud por toda la calle 23, en aquellos años en que yo aún no había probado las cuchillas Astra. Mi madre me dijo: "Ése es Yuri Gagarin, el primer hombre que subió al cielo". Yo era un niño muy listo por esa época, por eso dudaba un poco de lo de la escalera grande y otra chiquita, y me había enterado de que antes habían mandado al espacio a la perra Laika, que me caía muy bien. Y me extrañó no verla contigo. Junto a ti sólo estaba aquella cosa desaseada, barbuda y verde que nos estaba ya poniendo en órbita a todos, con el contrato de satélite que decidió él solo. Después de eso, todos los niños se empezaron a llamar Yuri, todos los perros Laika y viceversa.

Como la cosa se estaba poniendo mala y hasta había pivoteado para segunda, en México, la Sonora Matancera, yo dejé pronto de ser niño, aunque me empeñé en seguir siendo listo. A pesar de toda mi listura también estuve en órbita mucho tiempo, pero no he podido ver la tierra o "el globo terráqueo", como se le dice ahora, (porque la tierra es de quien la trabaja) a la distancia que tú la viste, por mucha cosmogonía que me meta en el cerebelo. Siempre me ha preocupado qué pudiste pensar cuando tu cápsula espacial pasó con celeridad de bisté por la libre sobre Cuba y verla allí tan cocodrilamente desamparada. Tal vez no pensaste nada y ni sabías lo de la Sonora Matancera.

Más allá de aquella imagen imborrable que guardo, de tu uniforme blanco y tu sonrisa de guajiro estepario, al lado del lobo estrafalario, he tenido que buscarte ahora en otros lugares. Como Internet, por ejemplo. Internauta cosmogónico yo, listo y nada aniñado, he buscado de galaxia en galaxia, ahora que cosmo todos los días y mi órbita es más desorbitante. Internado en Internet he hallado datos tuyos que no cesan de darme vueltas en el globo del ojo y que surcan mi descosmunal imaginación como un sputnik fantasmal. Está bien que te hallan llamado, por aquel vuelo inaugural a dimensiones desconocidas, "Columbus del cosmos", y que ahora hayan bautizado un cráter en la parte oscura y más alejada de la luna con tu nombre. No le resto valor a tu hazaña, pero ya hay malas lenguas eslavas sin pan que ponen en duda lo de tu pionerismo, y aseguran que en realidad no fuiste el primerito en alejarte tantos kilómetros del PCUS. De todos modos circundaste la tierra a 27 400 kilómetros de velocidad y el juego en las alturas sólo duró una hora y ocho minutos. Tendrías que sonarte un viaje a Bayamo en la cama de un KP3, a menos velocidad, pero con la misma sensación lujuriosa de estar haciendo 16 horas prohibidas para que completaras tu gozo. Ya a la altura de Sibanicú empezarías a extrañar la tierra, o pedirías a Laika por señas.

Es cierto que lo tuyo no era un cohete de Star Treck ni nada de eso, sino una cápsula de 2,3 metros de diámetro y cinco toneladas de peso. Sentado allí, 68 minutos, lo pasa hasta un sapo debajo de una piedra. Yo conozco gente que vive en supositorios menos espaciales, más reducidos, en el mismo Centro Habana, y hasta se lavan los dientes, se peinan y a veces planchan la ropa sin sacarse un ojo. Son héroes del día a día pero, como no hablan en ruso, nadie se entera cuando descienden.

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