Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Entrevista
Double Play

Del béisbol a la literatura y viceversa: una conversación con el profesor y crítico literario Roberto González Echevarría, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Columbia.
  Parte 5 / 5

En Unión publiqué un trabajo sobre Alejo Carpentier, en el cual hablo sobre algunos temas tabú, entre ellos la mentira de Carpentier en cuanto al lugar donde nació. El texto tiene una nota al pie en la cual llamo la atención sobre el hecho de que el gobierno cubano hiciera un acto para celebrar al almirante Pascual Cervera y Topete, quien perdió a toda la flota española en un combate contra los americanos frente a la bahía de Santiago de Cuba, en la guerra hispano-cubana-americana. El gobierno cubano pasó por alto que durante la Guerra de los Diez Años ese mismo almirante capturó el vapor Virginius —un buque con armas, pertrechos y hombres que venían desde los Estados Unidos para ayudar a la causa de la independencia—, y fusiló a los marineros en Santiago de Cuba. El acto para recordar a Pascual Cervera —y esto lo digo en la nota al pie— omitió ese hecho, tal vez por ignorancia o porque de todos modos querían hacer un acto antiamericano en ese momento. Me lo publicaron sin mayor problema y no le quitaron ni una palabra.

Debo decir que lo que me han publicado en Cuba ha sido con mi permiso, con mi anuencia, y que yo siempre estoy dispuesto a publicar. Siempre he sido abierto a estas cosas, aunque de todos modos sufrí el ninguneo por muchos años. No sólo no se me incluyó en el Diccionario de la Literatura Cubana, donde figuran críticos que en mi opinión no tiene tanta obra como yo, sino que tampoco aparezco en la bibliografía sobre Carpentier.

Yo creo, sin embargo, que eso ha ido cambiando. Y no porque los burócratas culturales hayan cambiando por voluntad propia, sino porque las circunstancias los han ido forzando. También creo que hay quienes en la Isla están haciendo algo, lo que pueden, por la apertura. Sin embargo, yo no he podido ir a Cuba en los últimos dos años; no me han negado la entrada, sencillamente no me han dado la visa de visitante que necesitaba.

El título Honoris Causa de la Universidad de Columbia debe haber sido un jarro de agua fría para muchos de los ideólogos culturales de La Habana.

Siempre digo que me enorgullezco de haberme impuesto en la medida modesta de mis posibilidades, a pesar de la guerra que me hizo el establishment cultural cubano, omitiéndome no sólo en Cuba, sino también en sitios donde ejercía influencia, como México y otros países. El mundo mío es el académico, el universitario, y ahí he logrado establecerme. Estoy en una situación en la cual no necesito publicar en Cuba para darme a conocer, soy ya demasiado conocido para necesitarlo. No obstante estoy dispuesto a publicar en la Isla, siempre que me garanticen que no me van a cambiar los textos. Claro, tampoco yo les mando nada que sea inflamatorio, que sea político, porque no me lo publicarían. Sé que hay condiciones; de todas formas, yo no escribo sobre ese tipo de temas.

Con esta constante intromisión política en la vida intelectual y cultural cubana, ¿llega a Yale la literatura nacional actual, descubres algo interesante?

A Yale llega todo porque tenemos un biblioteca extraordinaria; si hay cosas que no conozco es porque no tengo tiempo, mi campo de estudio es muy amplio y lo cubano sólo forma una parte de ello. Uno de los aspectos más negativos de la revolución y de la política cubana es que absorbe a la gente y no la deja dedicarse a otras cosas. Mi campo es el Siglo de Oro español, la teoría de la crítica francesa. En este momento escribo un libro sobre Cervantes, he escrito uno sobre Calderón...

Pero sí, sí llega; yo creo que en América Latina estamos en un momento, si no de decadencia, por lo menos de mediocridad general. No hay grandes figuras, aunque todavía quedan escritores como Vargas Llosa o García Márquez. Sin embargo en Cuba no he encontrado nada que me llame la atención, alguien que prometa convertirse en una figura con el nivel de Lezama Lima o de Alejo Carpentier. Quizás sea ceguera propia, siempre digo que estos juicios hay que emitirlos con mucha cautela; a lo mejor hay un Kafka cubano que no ha publicado nada pero tiene escondida una obra que va a ser de enorme importancia en el futuro.

¿Qué pasa con la tan apaleada literatura cubana del exilio, con tantos autores que no cuentan con el respaldo de un Ministerio de Cultura que, por ejemplo, ha lanzado una ofensiva por acaparar los horarios y las mesas más importantes de la venidera Feria de Guadalajara, la cuál estará dedicada a Cuba?

No importa; yo creo que la calidad —y hay calidad— se impone, a pesar de que no tenga ese aval de una institución cultural de la Isla. Mira tú, yo creo que ese mismo apoyo oficial ha contribuido a repartir la mediocridad entre muchos burócratas de la cultura, que sólo sobresalen por ser funcionarios del régimen. Eso se está viendo cada vez más, porque van desaparecido las grandes figuras de la cultura cubana, de la literatura, que por cierto habían surgido todas antes de la revolución, hay que decirlo. Por ejemplo, yo pienso que el último premio Juan Rulfo que le dieron a Cintio Vitier en México, se le debió haber dado a Miguel Barnet, si la intención era dárselo a un escritor residente en la Isla.

Miguel Barnet tiene un obra con proyección internacional y por eso considero que lo merecía más. Por supuesto se lo podrían haber dado a Cabrera Infante —no creo que lo hubiera aceptado—, o a Benítez Rojo, o a algún otro escritor. El propósito evidente era dárselo a alguien residente en la Isla, por lo de la feria del libro de Guadalajara. Está claro que hubo una decisión política, pero insisto en que habría sido más justo otorgarle el premio a Miguel Barnet.

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