Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Entrevista
Antonio Benítez Rojo: El escritor y su archipiélago

por JESúS DíAZ Parte 3 / 4

¿Por qué regresaste?

Cuando terminé esos estudios la situación política en Cuba era crítica. Hablo del año 1958, y según las cartas que recibía de La Habana, la dictadura de Batista estaba a punto de caer. Las probabilidades de que las ideas lanzadas por Fidel Castro desde la Sierra Maestra se materializaran —hablo de proyectos como la reforma agraria, la nacionalización de las empresas de servicio público, la liquidación de la corrupción administrativa, la puesta en vigor de la Constitución de 1940, etc.— me parecieron factibles. Así, en lugar de solicitar uno de los puestos de técnico en estadísticas laborales que ofrecía la Organización Internacional del Trabajo, que me hubiera llevado a algún otro país del Tercer Mundo, decidí regresar a Cuba. Después de todo, me preguntaba, ¿qué mejor lugar que mi patria para ofrecerle mis servicios? El caso es que, casi inmediatamente después del triunfo de la Revolución, mis expectaciones se convirtieron en realidad: fui nombrado Director de Estadísticas en el Ministerio del Trabajo.

¿Cuándo y por qué te desilusionaste del castrismo?

La desilusión fue gradual. Para empezar nada de lo que había estudiado —estadísticas de población, productividad, empleo, salario, costo de la vida, accidentes de trabajo— cabía dentro del modelo soviético que seguía el Gobierno. No obstante, me gustaba pensar que, al ver que aquellas medidas injustas y demenciales no funcionaban, Fidel Castro optaría por privatizar la agricultura, el comercio y gran parte de la industria, siguiendo el patrón de capitalismo de Estado y socialismo democrático que existía en algunos países de Europa Occidental. Por otra parte, mi vida se volvió más compleja: me casé con Hilda y tuvimos una niña en 1964, que a poco de nacer empezó a tener grandes problemas de salud. Ya no me era posible pensar solamente en mí. No obstante, en 1968, demostrado ya que la aspiración de Castro era convertir a Cuba en un satélite más de la Unión Soviética y continuar una política estalinista per secula seculorum, decidimos irnos del país. En esa fecha ya no estaba en el Ministerio del Trabajo sino en el Consejo Nacional de Cultura y en la Revista Cuba. El año anterior había ganado el premio de cuento de Casa de las Américas con un libro titulado Tute de reyes y había decidido continuar escribiendo. Ahora bien, irse de Cuba en aquella fecha era un asunto difícil. La salida de Hilda y mi hija Mari se hizo posible por razones humanitarias. Los médicos llegaron a la conclusión de que el padecimiento de Mari era incurable, al menos allí, y ambas salieron del país gracias a un programa auspiciado por la Cruz Roja y la embajada inglesa. Como ya había nacido mi hijo Jorge, que tenía entonces menos de un año, pude conseguir que él también se fuera con Hilda. En cuanto a mí, había ideado un proyecto que no era del todo imposible. Los premios literarios de la Unión de Escritores y Artistas habían dejado de ser dinero para convertirse en viajes a los países socialistas. Si ganaba el premio con un nuevo libro, me podía quedar en cualquiera de los aeropuertos del mundo occidental en que los vuelos hacían escala. Así, escribí una colección de cuentos que titulé El escudo de hojas secas. La obra resultó premiada en 1969, pero el viaje me fue denegado. Insistí varías veces, pero fue inútil. Me di cuenta que me costaría Dios y ayuda reunirme con mi familia. Me preparé para una larga espera. Durante siete años estuve en lo que podría llamarse una "lista negra". Mi nombre no era mencionado por los que escribían sobre el cuento en Cuba y no se me publicaba ningún libro. Si me presentaba a algún premio, mi manuscrito o no era leído o se intentaba humillarme. Recuerdo una oportunidad en que el jurado de cuentos de la UNEAC me dio la mención número catorce. En fin, la oportunidad no se dio hasta 1980, cuando se suponía que, porque ya se me permitía publicar y era jefe de la editorial de Casa de las Américas y del Centro de Estudios del Caribe, no intentaría vivir fuera del país.

¿En qué medida puede afirmarse que Cuba es una isla más del Caribe, una "isla que se repite"? ¿No te parece que ciertas zonas de su cultura —Luz y Caballero, Varela, Heredia, Martí, Mañach, Lezama, Diego, Padilla— convierten la Isla y a su síntesis, La Habana, en una excepción, en algo mucho más cercano a Buenos Aires y a México que a Kingston o a Paramaribo?

Eso depende de la manera en que uno lea la cultura del Caribe. Para mí, ésta desborda ampliamente los límites del Mar Caribe y de su cuenca; para mí, es una cultura meta-archipelágica que comunica entre sí a todos los continentes; es la cultura global por excelencia, puesto que, en tanto "Isla que se repite" fuimos poblados por gente de todo el mundo que nos dejaron elementos de sus respectivas culturas. Estas ideas no son nuevas: Ortiz las expuso en su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. La mejor manera de apreciar los fenómenos derivados de estas inmigraciones es investigando los objetos transculturados, es decir, casos concretos de nuestra música, nuestras creencias y prácticas religiosas, incluso nuestra literatura, nuestro teatro y nuestra cocina. Ciertamente, se encontrará que los elementos dominantes de la cultura caribeña provienen de Europa y África, pero en el caso de Guyana y Trinidad hay que tomar en cuenta los que corresponden a la India, y en otras naciones los originarios de la China, de Java, de Indochina, y también los de los pueblos autóctonos, los amerindios. En Cuba es frecuente que nuestros espiritistas se comuniquen con taínos y siboneyes, cuyos restos se confunden con nuestra tierra. La santería cuenta con Sanfancón, que es un camino chino de Changó. He oído decir que el tablero de Ifá viene de la China; de allí lo trajo Orula en uno de sus viajes, lo cual nos entrega un sincretismo a partir del tablero del I-Ching. Además, los informantes de Lydia Cabrera nos hablan con detalle de brujerías chinas, jamaiquinas (obeah), haitiana (vodú), isleña (canaria) y el amuleto de azabache, resguardo contra el mal de ojo, nos llegó de Galicia. Pero nuestro complejo sistema cultural no sólo se limita a recibir y articular componentes del exterior, sino que también los exporta luego de reprocesarlos. Esto se observa principalmente en la música, por ejemplo la salsa y el llamado jazz latino. Hay que convenir que las claves y el bongó, instrumentos creados en Cuba, suenan por todas las latitudes. Ahora bien, has mencionado los nombres de una serie de intelectuales cuyo pensamiento parece no darte cabida a lo africano. Digo "parece" porque sus obras no suelen ser leídas en esa dirección. Acabo de leer un manuscrito que establece relaciones entre ciertos personajes de Paradiso y los orishas. Yo mismo, sin ir más lejos, encontré la presencia de Elegguá, Changó y Babalú-Ayé en la Excursión a Vueltabajo, de Villaverde. También pienso que la obra de Martí admite una lectura "mágica", para llamarla de alguna manera. Por otra parte, si Luz y Caballero, Varela y Heredia fueron antiesclavistas y deseaban que los esclavos se integraran a la nación como cubanos, es porque sentían o presentían que su contribución no sería despreciable. Pero aun cuando no lo creyeran, en su época la cultura cubana ya era visiblemente sincrética, lo cual, como sabes, alarmaba a Saco. Claro, repito, la realidad cultural, como toda realidad, no es fija; depende de la percepción de cada uno. Así, habrá muchos que piensen que la cultura cubana es española, como ocurre todavía en República Dominicana e incluso en Puerto Rico. En Barbados la opinión predominante es que la cultura local es inglesa; algo de eso ocurre en Martinica y Guadalupe con respecto a Francia, aunque siempre hay gente que ve más lejos.

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