Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Entrevista
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El conocido hispanista alemán Martin Franzbach privilegia un enfoque objetivo de la realidad cubana a través de la literatura.
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 2 / 4

Cuéntanos un poco más acerca de tu trayectoria académica.

La verdad es que no lo tuve nada fácil ni con mis profesores universitarios, primero, ni después con mis mentores académicos, teniendo en cuenta que, como tantos jóvenes alemanes, tuve una participación activa en el movimiento estudiantil de los años 60. En cuanto a mi trayectoria académica, baste decir que cambié tres veces de universidad, por rebeldía. Fui profesor asistente durante la friolera de once años. Por fuerza tenías que optar por el desafío contestatario planteado por los estudiantes o bien, si querías remontar rápido los peldaños de la escalera académica, aliarte con los catedráticos. Debido a mis intereses profesionales y científicos, opté por la unión con los estudiantes. Junto con ellos me lancé a la calle en todas las manifestaciones de protesta. Sobreviví a cuatro pleitos políticos. Desde muy temprano, en 1972, me dediqué al estudio de las luchas del Tercer Mundo, incluyendo Cuba, las ideas del Che Guevara, etcétera. Dado que en mis ponencias y lecturas al respecto se traslucía ya un claro sesgo a la izquierda, entré en conflicto con las leyes alemanas, que prohibían los contactos con comunistas o con países comunistas. Por eso se me hizo tan cuesta arriba conseguir una cátedra.

¿Te creas problemas con las autoridades alemanas entre otras cosas por defender una imagen modélica de la Revolución Cubana?

Sí, en parte. Pero también por mis frecuentes estancias en Francia, donde tuve muchos contactos con emigrantes que huían de las dictaduras latinoamericanas de la época. Me reunía y discutía mucho con brasileños, argentinos, bolivianos... Por lo demás, fue precisamente en París donde me politicé a raíz de un viaje que hice en el año 1968. Pero no es menos cierto que Cuba jugó también un papel determinante, no sólo para mí sino para toda mi generación.

¿Cómo se veía entonces la Isla desde la óptica de un estudiante con inquietudes revolucionarias?

Teníamos una imagen positiva del castrismo, que se manifestaba en los retratos del Che Guevara y las banderas cubanas que enarbolábamos en las manifestaciones. Eran símbolos que formaban parte de la iconografía estudiantil del 68. Además, participábamos con entusiasmo en numerosas campañas a favor de la Revolución Cubana. Bueno, no sólo nosotros los jóvenes, sino también gran parte de la izquierda alemana. Por ejemplo, Hans Magnus Enzensberger o Hans Werner Henze. Sobre todo después de la represión del movimiento estudiantil en mayo del 68 y del fracaso de la Primavera de Praga, veíamos que aquí en Europa no se podía cambiar nada en cuanto a las estructuras. De ahí que empezáramos a fijarnos metas y objetivos en otras partes del mundo. Y en ese sentido, frente a la descartada grisura del llamado "socialismo realmente existente", Cuba era algo así como un faro en el mar del capitalismo. Y el carácter, a nuestros ojos, obviamente espontáneo de la Revolución Cubana, nos dio la justificación para comprometernos con el destino de la Isla.

¿Se puede afirmar, por tanto, que ya desde entonces hubo idealización del castrismo?

En efecto. Hoy es más fácil ver esta impostura nuestra. Pero en aquel entonces no lo veíamos tan a las claras. Psicológicamente, andábamos en busca de un ideal perdido, de un sucedáneo creíble para la utopía.

¿Qué tipo de actividades de solidaridad con Cuba se efectuaban en los círculos estudiantiles de la época?

Mucho trabajo teórico. Es decir, en grupos universitarios se leían obras del Che Guevara, discursos de Fidel Castro o textos literarios de autores cubanos, de ser posible en versiones originales. Aunque por entonces realmente no teníamos contactos concretos con cubanos.

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