Lunes, 08 abril 2002 Año III. Edición 339 IMAGENES PORTADA
Entrevista
Carlos Alberto Montaner: abrir las compuertas de la creatividad

El presidente de la Unión Liberal Cubana habla, entre otros temas, sobre neoliberalismo, postcastrismo, su último libro o una nueva especie de 'rottweiler', no demasiado apreciada en el ámbito de la diplomacia latinoamericana.
por ARMANDO AñEL Parte 2 / 5

A todo esto añádanse otras medidas de carácter comercial, como la de desmontar la protección arancelaria, pues ésta no sirve para otra cosa que para proteger los intereses de productores generalmente ineficientes y que obligaban a los consumidores a pagar cantidades exorbitantes por bienes o servicios que se podrían adquirir a precios más económicos si se importaran. De manera que una de las condiciones para el ajuste económico era liberalizar los mercados. Fueron los países que hicieron esto quienes lograron dar el gran salto adelante; en Latinoamérica, por supuesto, el país que más eficientemente lo ha hecho es Chile, que se ha convertido en la primera economía de la región como consecuencia de estas reformas liberales (no completas, pero yo diría que las más profundas de cuantas ha habido en América Latina).

Dicho todo esto, hay que añadir que sí existe un elemento real cuando se habla de neoliberalismo, aunque no en el sentido al que se refieren los neopopulistas, enemigos de la libertad económica, sino en el de que el pensamiento liberal siempre ha estado en evolución, siempre ha sido nuevo, por eso siempre ha habido un neoliberalismo. A las reflexiones de un Adam Smith hay que adicionar el pensamiento de la economía clásica, o el de la escuela austriaca, o el de los monetaristas, como Milton Friedman, o los fiscalistas, como James Buchanam, o los aportes estupendos de un Gary Becker —premio Nobel de economía—, etc. Es decir, ha sido siempre un pensamiento en perpetuo estado de evolución y enriquecimiento. Y creo que en ese sentido es en el único que se puede hablar de neoliberalismo.

¿Puede hablarse entonces de no-aplicación de tácticas o elementos liberales dentro de las economías latinoamericanas?

Claro. Las supuestas reformas liberales en América Latina se hicieron después del fracaso de los ochenta, la llamada "década perdida", cuando una serie de gobernantes, la mayoría de ellos de procedencia socialdemócrata —Carlos Andrés Pérez, César Gaviria, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menem, etc.— se vieron obligados, como consecuencia del desastre del viejo populismo latinoamericano, a hacer ciertas reformas. Pero no las hicieron ni por convicciones liberales, ni por lecturas liberales, ni porque hubiesen descubierto a Hayek o a Mises o a cualquier otro pensador liberal, sino porque se habían hundido o paralizado las economías de sus respectivos países. Entonces comenzaron a hacer ciertas cosas; por ejemplo, le pusieron fin al Estado-empresario. Luego de haber jugado durante muchos años con Estados que se convertían en productores de bienes y servicios, y eran terriblemente incompetentes y arruinaban a sus países, comprendieron que por ese camino no podían seguir. Empezaron a privatizar empresas que hasta ese momento estaban en el ámbito público. Pero ésta no fue una reforma liberal ni mucho menos, sino parte de la transformación que de alguna manera imponía el sentido común, y que consistía en devolverle a la sociedad civil los activos que durante las últimas décadas, de una forma muy torpe, había usufructuado el sector público.

A esto se añade una reducción en el supuesto gasto social. Sin embargo, esta reducción tampoco era consecuencia de una voluntad de reducir el perímetro de la acción del Estado, sino de que sencillamente se trataba de Estados quebrados, que no tenían recursos para seguir invirtiendo, e invirtiendo mal, en ello. Pero seguía, y desgraciadamente sigue viva en nuestra cultura, la superstición de que la calidad de un Estado se mide por la intensidad de su gasto social, cuando es exactamente lo contrario: la calidad de un Estado se debiera medir precisamente porque no realiza un gasto social intenso, ya que la sociedad es capaz de generar un volumen de riqueza de considerable magnitud. No hace falta auxiliar a millones y millones de personas, pues éstas son capaces, en una sociedad de economía abierta, de buscarse la vida, de ahorrar, de prosperar, e incluso de legar a sus familiares y descendientes el fruto de ese trabajo en condiciones favorables.

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