Aunque en Cuba todos "debemos" ser iguales, la Biblioteca Nacional José Martí ha decidido poner en práctica el Sistema de Categorización de Usuarios. Con este nombre pomposo se ha bautizado una especie de apartheid informativo y literario que establece que sólo cuatro categorías de personas pueden consultar ciertos libros. Los privilegiados son profesionales, investigadores, estudiantes universitarios o de las escuelas de arte y, ésta es la mejor, extranjeros. Sólo estas personas tendrán acceso a las publicaciones de la sala general y de las salas especializadas del recinto cultural.
Cada quien deberá acreditar con un carnet que pertenece a una de estas castas si quiere revisar alguna revista o periódico de antes de 1959, o leer cualquier libro considerado polémico o conflictivo. La decisión ha provocado muchas críticas de personas que han escrito cartas al periódico Juventud Rebelde. Elíades Acosta, director de la biblioteca, haciendo uso de su derecho a réplica publicó en el mismo diario un artículo que explica las bondades del nuevo sistema.
Dice el funcionario que "no es un capricho", ni una manera de "disminuir la carga de trabajo del personal de la biblioteca", sino que es para aumentar la calidad de los servicios que se brindan al público, dado el desorden y la indisciplina que reinaba en las diferentes salas de lectura y la necesidad de moderar el uso de los fondos bibliográficos patrimoniales. Dentro de este moderado discurso se le escapó una veta elitista y aseguró que todos los usuarios no tienen necesidad de usar los servicios de la biblioteca, pues muchos sólo ocupan una silla para estudiar o leer un libro.
Desde Juventud Rebelde, el director de la Biblioteca Nacional recomendó a los excluidos de las cuatro categorías que exigieran a sus respectivos gobiernos municipales la existencia en cada territorio de bibliotecas con servicios mínimos que puedan satisfacer sus necesidades, también mínimas.
Reporteros de Cubanet fueron testigos de la clasificación de los lectores en la institución. Una estudiante de preuniversitario intentaba leer el epistolario que mantuvieron en el siglo XIX Tristán de Jesús de Medina y el sacerdote José Zalamero, pero por su categoría tenía que conformarse con una novela ligera, como mucho con algún libro de Isabel Allende. Un jubilado que quería revisar varios números de la revista Bohemia de antes de 1959 para buscar información sobre algunas estrellas del boxeo, no pudo porque al no ser estudiante, investigador, profesional ni extranjero, no tiene acceso a la Hemeroteca.
En pocas palabras que la Biblioteca Nacional ya ha escogido a sus VIPs.