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Como hace 40 años, sólo que 40 años más viejo, Fidel Castro convocó a los cubanos en la emblemática esquina de 23 y 12 para, en sus propias palabras, "ratificar el carácter socialista de la revolución", no para conmemorar su proclamación. En cifras oficiales, 100,000 personas acudieron al acto, en su inmensa mayoría vestidos de milicianos o soldados y portando armas largas.
Cuarenta años atrás, sólo unos pocos miles de ciudadanos habían emigrado, el entusiasmo por la entrada de los barbudos en La Habana y la huída del dictador Fulgencio Batista permanecían intactos. Se acababan de producir varios bombardeos cuyo propósito era desmantelar la fuerza aérea y una de las víctimas había escrito el nombre de Fidel con sangre en una pared, o al menos así se cuenta. La inmensa mayoría de los asistentes a aquel acto eran milicianos, uniformados y armados, que se alistaron voluntariamente, para suplir la escasez de un ejército profesional. Compensando con heroísmo su escasa pericia militar, ellos serían, horas más tarde, los protagonistas de la fulminante derrota de la brigada invasora en Bahía de Cochinos. Pocos de los que participaban aquel día en la concentración tenían una idea clara de lo que proponía su Comandante en Jefe cuando proclamó "el carácter socialista de la Revolución". Y Fidel Castro evitó la palabra prohibida: comunismo. Todos aplaudieron. Cuarenta años más tarde Raúl Castro, con espíritu de remake, advierte de una posible invasión norteamericana que ni él mismo se cree y su hermano anuncia que "un nuevo amanecer comienza a iluminar nuestro futuro, un futuro que será más brillante, un socialismo que será más acabado, una obra revolucionaria más prometedora y profunda". Corroborando lo que ya sabíamos: que la prosperidad socialista siempre se conjuga en futuro, un tiempo verbal inalcanzable. Cuarenta años después de aquella invasión que provocó una oleada de simpatía universal hacia Cuba, el mismo gobernante se bate a la desesperada en Ginebra para no ser condenado por su recurrente violación de los derechos humanos; mientras todos los mandatarios del continente, excepto él, preparan sus maletas para acordar en Canadá, durante la III Cumbre de las Américas, los principios que regirán el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Como si no bastaran 40 años de tecnologías obsoletas y caos económico, el pueblo pierde, por el momento, una oportunidad histórica de colocarse en la mayor área de libre comercio del planeta. Pero, según Fidel Castro y gracias al socialismo, eso es una suerte, ya que la Isla "no forma parte de una América Latina balcanizada a punto de ser devorada por Estados Unidos". Porque, en su versión de los hechos, en la cumbre canadiense "la superpotencia hegemónica tratará de buscar las condiciones de rendición a los gobiernos de América Latina". Ya de paso, según él, bloqueará los accesos de América Latina a Europa y Asia, impedirá el desarrollo del Mercosur y reeditará, corregida y actualizada, la Doctrina Monroe.
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