En mis años de estudiante universitario leíamos con detenimiento a un historiador británico que se hizo famoso entre nosotros porque representaba la heterodoxia marxista. Y el marxismo, debo repetirlo, era nuestro dixit magister.

Erie Hesbawn es su nombre y resultaba delicioso leerlo porque tenía la virtud de escribir literariamente sobre asuntos de rigor científico.

Revisando sus escritos acerca de la Revolución Francesa tropezábamos siempre con una frase que aprendimos memoriosamente: "en época de revoluciones, nada hay más importante que la caída de los símbolos".

A mí la frase me resulta básica para asomarme a procesos de la vida o de la historia, que no resultan claros a primera vista.

Esto acaba de suceder en estos días. No ha ocurrido ni viene ocurriendo ninguna revolución, pero sí comienza a destronarse uno de nuestros símbolos más fuertes y cargados de antropología cubana: el símbolo de la guerra.

Que es muy pronto para avizorar sus consecuencias, es verdad. No obstante, creo que la conferencia Girón, cuarenta años después es reveladora de las cosas increíbles que pueden nacer en nuestro patio tropical.

Hombres de la CIA y de la Seguridad del Estado, académicos de un lado y de otro, políticos, y bien cubanos, que han trasegado con el odio a través del Estrecho de la Florida, estuvieron frente a frente, unos y otros, para recordar historias, revisar detalles, "revelar tesoros" guardados y escondidos, reflexionar sobre el pasado y demostrar que la mejor postura para los adversarios es la de estar sentados en torno a una mesa.

No sé si la gran prensa se ha hecho eco de este 23-M, como suelen los españoles codificar sus sucesos más puntuales o, a lo mejor, no es para exagerar.