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Sin más curvas...
 
Un tal José Martí
RAúL RIVERO, La Habana  

Cada vez que escucho a alguien en Cuba decir que es un hombre martiano me parece escuchar marciano. Es decir: ajeno, extraño, misterioso y desconocido. Y debe ser así porque el José Martí que pasea ahora en las praderas oficialistas de la Isla es un tipo parcial, sesgado, monocorde, repetitivo, siempre presentado como un maestro de escuela regañón y pesado.

Es un José Martí de celofán, cogido con pinzas, escorado a babor, trazando líneas de conducta en todos los ámbitos de la vida, sin un trallazo de picardía, soso, inmaterial, sin rabia y sin amor. Es una figura que aparece en los billetes de a peso y en los bustos huecos de un huerto escolar y de un comedor obrero. Ahora también en ciertos rincones disimulados de los hoteles para turistas, con frases casi fuera de contexto, que las hacen parecer escritas ayer, a la salida de una reunión del partido comunista.

Se impone en una Cuba futura, una limpieza de la imagen de José Martí, que le borre ese halo hierático de capellán de las tropas del oficialismo

Martí fascina a los niños por sus Versos Sencillos, su casita en la calle Paula y por Bebé y el señor don Pomposo. Pero vida arriba se va haciendo un personaje denso, omnipresente, un juez supremo que opina tajantemente sobre todos los temas y dibuja con minuciosidad la línea del pensamiento políticamente correcto.

Ese Martí manipulado y herido, lleno de amputaciones y olvidos voluntarios va pasando a un segundo o a un tercer plano en la conciencia de la gente. Se le encasilla en un pastel de virtudes inalcanzables para el hombre común y se hace lejano y poco creíble.

¿Qué tal si se diera la vida y la obra de este hombre en toda su dimensión? Sí. Se necesita un viaje diáfano a su biografía y a los confines de su pensamiento para que en su país deje de ser esa especie de postal patriótica y vuelva al entorno humano, sencillo, de cubano desarraigado, de andarín del exilio, añorando la tierra en que nació.

Hace falta una aproximación a sus contiendas personales con otros dirigentes de las guerras de liberación, donde sus ideas combaten dogmas y posiciones implorantes y, por lo tanto, se desmarcan de esa categoría de cubano en que lo quieren convertir los burócratas del socialismo.

Se impone en una Cuba futura, una limpieza de la imagen de José Martí, que le borre ese halo hierático de capellán de las tropas del oficialismo.

En la escuela, en la calle, en la vida sabe aparecer el verdadero Martí y no ese hombrecito de lazo y traje oscuro que llegó a ordenar, según la prensa comunista, hasta el asalto al cuartel Moncada, en 1953.

Vendrá el José Martí verdadero, vendrá a servir con su lucidez a los cubanos de todas las creencias y de todas las ideas.

En su primer cumpleaños del siglo XXI no hay que desearle nada sino abrirle caminos.


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