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A nuestras costas cubanas, la Virgen de la Candelaria llegó con la espiritualidad de los canarios y sentó su patronazgo en diversos pueblos y ciudades. Cuando Camagüey tomaba el nombre de villa de Santa María del Puerto Príncipe, se construye el 2 de febrero de 1514 una parroquia a Nuestra Señora de la Candelaria, situada en la costa atlántica de dicha ciudad. Esta parroquia ha estado íntimamente ligada a historias de incendios y quemas. En 1528 se produce la sublevación de sus moradores primitivos, más tarde en 1616 fue incendiada por cimarrones, y por último en 1668 por piratas ingleses, sugiriéndonos estas tres ocasiones, el anhelo de destruir el tiempo y llevarlo todo a su final.
Los festejos del 2 de febrero perviven hasta nuestros días, desde Santiago de Cuba, Guantánamo, Jamal, Salvador, San Fernando, Realengo 18; Granma, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus, Trinidad, Condado, Cienfuegos; Villa Clara, Matanzas, La Habana y sobre todo en Candelaria, Pinar del Río, lugares de donde es patrona la Virgen de la Candelaria, con celebraciones religiosas o profanas, con cantos y bailes a la usanza de su tierra, verbenas populares, adivinanzas, cuentos y controversias, esperando el advenimiento de su día. Desde la antigüedad, se tiene como costumbre, ese día, podar las plantas y cortarse el pelo, ya que crecerán más hermosos y con mucha fuerza. En la parte occidental de nuestro país, producto de la mezcla entre canarios, esclavos africanos y criollos, a finales del siglo XVIII, ante la religión católica imperante, el esclavo, para proteger a sus orishas, los enmascara ante un santo católico y es así como se produce la sincretización entre la Oyá, orisha del río Níger, portentosa diosa fluvial, dueña de las centellas, los temporales, los vientos, violenta e imperiosa, acompañante y amante de Changó y guardiana del cementerio, con la Virgen de la Candelaria. Entre los símbolos que acompañan a estas dos deidades están la luz, el nueve y el agua, es por ello que entre ambas se produce una relación armoniosa que se conserva hasta nuestros días. Narra un pattakí de Ifá, que Changó desafiaba a Oggún al convertir a Oyá en su mujer. Estando el amante Changó en casa de Oyá, dueña de las centellas y los temporales, de pronto, enterado, se apareció Oggún; rodeó la casa con un ejército formado por todo tipo de armas hechas en su fragua; interpelaba bruscamente a Changó a que saliera y le enfrentase batalla. Oyá, muy respetada y querida en su pueblo, y bajo la influencia de su amor por Changó, se cortó sus largas trenzas; se quitó también la saya de nueve colores y el pañuelo. Vistió a Changó con su atuendo. Luego abrió la puerta de su casa y Changó, vestido con la indumentaria de su amante, se abrió paso entre la multitud, imitando el majestuoso paso de Oyá. Vestido así, logró escapar de la ira de Oggún, su eterno rival en el amor. La Oyá de amor centellante, la Oyá que agita los vientos Carmelita y nueve colores
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