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Antonio Machín
JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 2 / 2

Sin embargo, el alejamiento de la Isla le pasa factura.

Para comprender las consecuencias de este voluntario exilio hay que recordar cómo era el ambiente en el que se desenvolvió la música cubana durante las décadas de los 30 hasta los 50. Desde la aparición de la radio, el negocio del espectáculo tiene un ininterrumpido desarrollo que permite que, poco a poco, los músicos populares alcancen remuneraciones dignas. Ello propicia la aparición de una verdadera pléyade de agrupaciones musicales, cantantes y compositores que compiten por las preferencias del público. La mayoría de las grandes orquestas tienen repertorio propio, ya sea porque incluyen en sus músicos a excelentes compositores, ya porque decenas de autores ofrecen sus obras a los mejores, que tienen un amplio surtido donde escoger. Durante esos 30 años, aparece la formación conocida como conjunto, se desarrollan las grandes bandas y las llamadas charangas francesas tienen una nueva oportunidad con el chachachá. El mambo y la pachanga hacen su aparición y surge el filin, un movimiento cancionístico que regenera el bolero con obras que son más para escuchar que para bailar. Esta riquísima vida cultural permitió el desarrollo, también, de grandes instrumentistas que nutrían las orquestas o que actuaban como acompañantes de algunos cantantes.

En España, Machín tenía que cantar con lo que había: músicos de indudable calidad, pero totalmente ajenos al orbe musical cubano. Así, con el transcurso de los años, sus grabaciones se hacen cada vez más sosas y los arreglos menos cubanos hasta llegar a engendros francamente deplorables, como El mundo (Meccia — Fontana — Martínez) —más cercano a la balada que al bolero— o la inclusión de hollywoodenses coritos celestiales en muchas de sus interpretaciones.

De haber permanecido en Cuba, Antonio Machín probablemente hubiera llegado a convertirse en uno de esos grandes boleristas, como Orlando Vallejo, que permanecen en nuestra nostalgia. Su permanente residencia en España provocó no sólo que fuera olvidado en Cuba, sino también su paulatina decadencia.

Sin embargo, ésta, como todas las monedas, tiene otra cara: precisamente las causas antes citadas permitieron que Antonio Machín acercara la música cubana a cuatro generaciones de españoles, muchos de ellos probablemente engendrados entre los arrumacos propiciatorios de nuestros boleros.

Antonio Machín renunció a ser un gran cantante cubano en Cuba para convertirse en el cantante cubano en España, donde triunfó musical y económicamente como nunca lo hubiera hecho en Cuba. Si con ello ganó o perdió nuestra música es imposible decidirlo. No puedo evitar preguntarme las grabaciones que hubiera podido dejar si hubiera permanecido en La Habana. Pero sé también que cuando hago escuchar uno de esos clásicos boleros a algún amigo español de mi generación, resulta que ya Machín se lo había hecho familiar. De esa forma, abrió las puertas a sucesivas generaciones de músicos cubanos quienes, al llegar a España, encontraron a un público propicio.

Murió en Madrid, el 4 de agosto de 1977 y todavía hoy se encuentran en las tiendas múltiples CD's con sus éxitos más notorios. Antonio Machín, en España, es una leyenda.

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