Uno de los grandes géneros de la música cubana es la guajira que —como la poesía gauchesca rioplatense— consiste en la estilización que hace el ciudadano del arte campesino. Como casi siempre ocurre, al final las miradas se confunden y el campesino termina por retomar la mirada ajena y hacerla suya.
Por ello, El amor de mi bohío, del habanero Julio Brito, forma parte del repertorio de casi todos los músicos de raigambre campestre.
Nació este compositor el 21 de enero de 1908 y se dedicó a la música como actividad única de su vida. Fue saxofonista con la orquesta de Don Azpiazu, tocaba guitarra, vibráfono y drums, pero se destacó sobre todo en la dirección orquestal y la composición.
Murió en La Habana, el 30 de julio de 1968.
Aunque escribió muchas canciones, ninguna alcanzó la fama de la que hoy nos ocupa, donde alternan las efusiones sentimentales con una distante descripción paisajística:
El amor de mi bohío
Julio Brito
Valle plateado de luna,
sendero de mis amores,
quiero brindarle a las flores
el canto de mi montuna.
Es mi vivir
una linda guajirita,
la cosita más bonita
trigueña,
es todo amor
lo que reina en mi bohío,
donde la quietud del río
se ensueña.
Al brotar la aurora, sus lindos colores,
matiza de encanto mi nido de amores.
Y al despertar
a mi linda guajirita,
dejo un beso en su boquita
que adoro,
de nuevo el sol
me recuerda que ya el día,
que en su plena lozanía
reclama.
Y luego se ve a lo lejos el bohío
y una manita blanca que me dice adiós.
(bis)
He transcrito esta canción de modo un tanto personal (habitualmente se escribe, "Es mi vivir una linda guajirita / la cosita más bonita
trigueña") para destacar la forma como el autor juega caprichosamente con rima y métrica, siempre en función de la música. Es especialmente encantadora la pausa que se establece entre "bonita
y trigueña", silencio recurrente en la música cubana (a veces pienso que la gran diferencia que hay entre nuestra música y la salsa es que los salseros padecen un horror vacuo sonoro).
Por cierto, que Cristóbal Díaz Ayala en sus notas a 100 canciones cubanas del milenio narra la siguiente anécdota:
La doctora María Teresa Linares, destacada musicóloga cubana, me hizo la observación de que ciertamente las guajiras cubanas no tienen las manos blancas, sino curtidas por el sol
Ayala termina comentado: "Pero se le puede perdonar la licencia poética al autor":
En realidad, no creo que estemos ante una licencia poética, sino ante una descripción completamente realista. Los versos de Brito dicen "Luego se ve a lo lejos el bohío / y una manita blanca que me dice adiós". Evidentemente, el autor adopta la mirada del campesino que se aleja y ve a la mujer desde lejos, despidiéndolo con la mano. En primer lugar, las palmas de las manos no se curten y en segundo, a la distancia sugerida siempre se verían blancas.