Jueves, 23 enero 2003 Año IV. Edición 540 IMAGENES PORTADA
Economía
El monopolio del fracaso

A pesar de innovaciones y subsidios, la improductividad de la agricultura cubana continúa agudizándose.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana  
Feria Agroalimentaria
Primera Feria Agroalimentaria de EE UU en Cuba.
¿Diversionismo ideológico?

En las últimas décadas la seguridad y garantía alimentaria se han convertido en preocupación y motivo de esfuerzo para las naciones con capacidad de desarrollo, vocación de estabilidad socioeconómica y perspectivas de futuro. Los países que marcan la vanguardia industrial, tecnológica y financiera buscan por todos los medios alcanzar niveles de eficiencia y productividad agropecuaria, aun sobreponiéndose a adversidades naturales, climáticas o geográficas. De igual forma, las naciones históricamente agrícolas tratan de acceder a las ramas y a los niveles económicos que garantizan prosperidad y bienestar, pero sin desatender sus muy importantes producciones tradicionales.

Las medidas de subsidio y protección a los renglones agropecuarios, que ponen en práctica los países más desarrollados, hablan alto y claro de la importancia estratégica que la seguridad alimentaria tiene para cualquier país.

En Cuba, desde que las estructuras de propiedad y las relaciones económicas fueron radicalmente transformadas, la producción agropecuaria y las urgencias alimentarias han constituido motivo de inquietud y tensión. El monopolio estatal de la producción, la distribución y el comercio, así como su ya larga historia de improvisaciones y experimentos fallidos, han condenado al cubano a la escasez, el racionamiento y la dependencia de suministros externos.

El balance es inequívoco: ni la inyección de cuantiosos recursos —maquinaria, tractores, fertilizantes...—, ni las innovaciones científicas y tecnológicas aplicadas a los procesos productivos, ni la dilatada relación comercial subsidiada por las identidades ideológicas y las conveniencias políticas de los países "hermanos", pudieron impedir la degradación y el retraso de un sector que fue durante siglos la base de la economía nacional.

La desaparición definitiva de las privilegiadas relaciones con los otrora países socialistas de Europa Oriental, y la fobia antiaperturista que contra toda lógica han demostrado las autoridades de la Isla, han condicionado y puesto al descubierto, en la última década, el nivel de descapitalización de la agricultura criolla. También han agudizado la inseguridad alimentaria de un pueblo que necesita gastar varias veces el monto de sus ingresos promedio para enfrentar los inaccesibles precios del caótico mercado de productos agropecuarios.

Las medidas y soluciones adoptadas por el Gobierno para enfrentar la crisis alimentaria y productiva distan mucho de reflejar el realismo y la voluntad política que deben demostrarse para que Cuba, sobre la base de sus potencialidades y tradiciones, llegue a ser un modelo de productividad y eficiencia. Para que se garantice un equilibrio distributivo y un balance alimentario alejados de los falsos igualitarismos y las imposiciones voluntaristas.

La cooperativización mediatizada e impuesta por la ya insostenible eficiencia del sector estatal de la agricultura —que a mediados de la pasada década convirtió las granjas en Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC)—, la parcelación de las ciudades en un gigantesco proyecto emergente conocido como "Agricultura Urbana" y la derogación multimillonaria de recursos financieros —muy escasos por demás— en la compra de alimentos en el extranjero, parecen ser en los últimos años las únicas soluciones que puede aportar el alto liderazgo del país para enfrentar un problema que por cotidiano se hace congénito, y por grave se convierte en estratégico.

Las UBPC, al no resolver el pecado original de la falta de independencia administrativa, interés individual de los trabajadores y acceso libre al mercado, exhiben un índice astronómico de irrentabilidad e ineficiencia. El análisis ni siquiera está basado en la productividad o las ganancias, sino en un criterio de factibilidad: no siendo Cuba un país glaciar, rocoso o desértico, ni tampoco excesivamente montañoso, es innecesario parcelar las ciudades cuando los rendimientos agrícolas en los espacios tradicionales dejan todavía mucho que desear.

La crisis generalizada del agro cubano y la decreciente calidad y valorización de sus tradicionales renglones de exportación hacen más tensa y compleja la dependencia exterior de los suministros alimentarios.

En ocasión de celebrarse en la Isla la exposición de productos agropecuarios norteamericanos, los medios informativos oficiales dieron cuenta de que el Gobierno se dispone a gastar, sólo en el término de un año, hasta 1500 millones de dólares en la adquisición de alimentos. Un simple cálculo numérico indica que esos 39.000 millones de pesos, según el cambio real vigente, significan 230 millones de pesos cubanos por cado uno de los municipios del país. Tal monto de recursos, junto a la eliminación de las actuales condiciones restrictivas y monopólicas impuestas por el Estado, pueden aportar los incentivos jurídicos y económicos que devuelvan a la nación su perdida capacidad productiva y, sobre todo, permitan a los agricultores criollos demostrar que poseen tanto talento y laboriosidad como los que Fidel Castro elogió a sus colegas norteamericanos.


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