Jueves, 01 agosto 2002 Año III. Edición 422 IMAGENES PORTADA
Economía
Doce sillas

Consciente de que la solvencia económica puede generar la independencia política, el régimen desestimula el trabajo por cuenta propia.
por MICHEL SUáREZ, Valencia  
Bodeguita
Bodeguita del Medio. Más de doce sillas

A Tomás Gutiérrez Alea no le alcanzó el talento para remontar su clásico filme y predecir la retórica de "las doce sillas" en la hazaña nacional de trabajar por cuenta propia. Doce fue siempre un número benévolo: los apóstoles bíblicos de Jesús o la virginidad en algún sistema cabalístico conocido; aunque en cuanto a la norma de control de Fidel Castro no constituya más que un obsesivo límite para la prosperidad económica de muchos cubanos.

Las doce sillas de las casi extintas "paladares" de la Isla van más allá de un frío cálculo indeterminado; son la expresión conceptual del constreñimiento administrativo contra quienes demuestran aptitud para crecer en el campo de los negocios. Doce sillas fijaron las autoridades, desde 1993, para los nacientes restaurantes privados, además de perpetuar la prohibición de los mariscos, la carne de res o cualquier otro producto no autorizado. Se trata de una realidad inversamente proporcional a los valores que el gobierno moderno propiciaría entre sus ciudadanos: crecimiento, desarrollo empresarial y autorrealización personal y profesional. Una tangible "pelea cubana (gubernamental) contra los demonios" del mercado, el "consumismo" y el poder del dinero, según la postura oficial.

Sin embargo, el trasfondo de dichas regulaciones conduce directamente a la intríngulis del problema cubano actual. Poder político y económico han sido uno solo desde la irrupción revolucionaria de 1959. ¿Por qué Fidel Castro no ha permitido a los cubanos la asunción de la pequeña y mediana empresa tras las tímidas reformas del período especial? ¿Qué connotación ha producido el hostigamiento contra los trabajadores por cuenta propia, traducido en una abusiva reglamentación fiscal?

Consciente de que el poder económico podría generar la independencia del pensamiento político, Castro se ha encargado de desestimular por todas las vías posibles el trabajo no estatal, convirtiendo los incipientes negocios de 1993 en eternos "kiosquillos" de mala muerte, cuya apremiante misión es paliarle el hambre a los cubanos de a pie a precios de inflación. Mientras la red estatal gastronómica y comercial duerme el eterno sueño del nunca jamás, la alternativa popular ha dado lecciones ejemplares a la ineficiencia gubernamental. Un bochorno para el dueño del país.

Más allá de competencias e incompetencias, son las secuelas políticas del tema las que concentran las preocupaciones de Fidel Castro. Generalizar la pobreza, consentir y estimular un igualitarismo absurdo y cercenar cualquier atisbo de enriquecimiento material han sido las claves de su política económica en los últimos 43 años. La presunta homogeneidad en los niveles de desarrollo del criollo se ha correspondido con la necesidad partidista de alcanzar la uniformidad en todos los órdenes, sea como fuere.

Cercanos en el tiempo están los procesos políticos tramitados contra los llamados "macetas", algunos enriquecidos por el robo a las entidades del Estado y otros, la mayoría, por el espíritu emprendedor y la inteligencia mercantil, todo un pecado. Un ciudadano con cierto nivel económico, ajeno a los irrisorios salarios estatales y erguido por sus propias fuerzas, se convierte ipso facto en un peligro potencial para el régimen. Se tambalea el establishment cuando sus ingresos son prácticamente incontrolables y superiores a la media del resto, lo cual restriega en la cara del Gobierno las ineptitudes del actual sistema socioeconómico. Y sobre todo, cuando ese trabajador ya no responde a las presiones políticas de los sindicatos, no le hace falta ningún aval de las "organizaciones de masas" para trabajar tranquilamente y su alineamiento político es más relativo al convertirse en una especie de ión suelto.

A eso le teme el gobernante cubano. Bien sabe que poder económico genera independencia política, o por lo menos indiferencia. Lo ve en el capitalismo, donde el que alcanza riquezas tiene la opción de vivir al margen de los procesos políticos, o simplemente involucrarse activamente en ellos a través del apoyo al partido de gobierno, o a cualquier otro de la oposición. Que nadie se sorprenda, por tanto, de una suspensión o mayor limitación del trabajo por cuenta propia en el futuro inmediato. Castro se ha referido al mismo como una "necesidad del período especial"; no logra asimilarlo como la más importante fuente de trabajo y producción de bienes y servicios de cualquier nación civilizada.

Recientemente, varios legisladores norteamericanos opinaron que la libertad es "subversiva" para un sistema totalitario como el de la isla antillana, al proponer suavizar algunas restricciones del actual embargo. De continuar así, van por el camino adecuado. Reconocen que las remesas familiares no deben tener límites, pues ayudan a crear una independencia de la gestión estatal. Castro preferiría evitar una situación tal, aunque le significara dejar de percibir unos cuantos millones de dólares. Aún así, todo eso pudiera influir limitadamente: ni Mijail Gorvachov, ni el ex ministro español de economía Carlos Solchaga, ni el propio Carlos Lage, han podido arrancarle al Comandante una reforma profunda. Doce sillas y basta... la prosperidad es la muerte del socialismo.


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