Jueves, 04 julio 2002 Año III. Edición 402 IMAGENES PORTADA
Economía
1 de mayo: ¿Un día de un mes cualquiera?

Como cada año, el régimen celebró multitudinariamente el día de los trabajadores. Pero, ¿qué hay tras la fachada de una Plaza de la Revolución henchida de pueblo?
por LEONARDO CALVO CáRDENAS, La Habana  
La Habana
La Habana, 1° de mayo. ¿Fiesta de los trabajadores o propaganda política?

Internacionalmente, son múltiples y disímiles las formas en que los obreros se movilizan para hacer patente su fuerza, sus inquietudes y reclamaciones. Cada movilización adquiere el matiz de las tradición cultural o las condiciones socio-políticas del país en el que tenga efecto. Pero sólo dos características son comunes a las celebraciones del Día Internacional de los Trabajadores: el carácter independiente de la convocatoria, donde los patrones son siempre asumidos como contraparte y el Gobierno participa en el mejor de los casos como un trabajador más, y el sentido reivindicativo de la misma. Aun en los países de mayor desarrollo, estabilidad social y bienestar generalizado, el espíritu que prevalece en las acciones de este día es el de procurar el perfeccionamiento constante de las condiciones de los trabajadores y de las relaciones sociales.

Difíciles situaciones y crudas realidades enfrentan hoy muchos trabajadores en muchos sitios, pero el primero de mayo es ocasión insustituible para demostrar que la humanidad no descansará en la búsqueda de un mundo necesario y posible, pero, sobre todo, que la independencia del movimiento obrero y la sociedad civil son el arma principal de esa lucha. Los desenfadados y críticos discursos de los que desde otras latitudes llegaron invitados a Cuba para impugnar las posiciones y decisiones de sus gobiernos y después regresar tranquilamente a sus países, son la mayor esperanza para los que en la Isla tienen muchos reclamos y ninguna voz.

Una vez más, en la Isla, con la megalomanía que caracteriza a los poderes totales, el régimen movilizó a cientos de miles de ciudadanos y en una suerte de usurpación institucionalizada ha convertido el día de los trabajadores en una jornada más de saturación autocomplaciente. En ella hizo gala de su agresiva propaganda política, sustentada en el ya permanente discurso monocorde que se divorcia totalmente de la diversidad y el pluralismo inscrito en nuestra tradición cultural.

El hecho ilustrativo de que Castro haya sido el principal orador de la celebración y que el máximo representante de la central sindical oficialista —por demás la única— no pronunciara en su intervención una sola palabra sobre los problemas e inquietudes de los trabajadores, no deja dudas de la naturaleza corporativa y excluyente del sistema, de la necesidad incuestionable de devolver a los trabajadores cubanos su voz y su celebración.

Si los trabajadores fueran dueños de su fiesta podría escuchársele exigir al único patrón —que por demás es el régimen— las medidas y transformaciones que hagan corresponder los salarios y prestaciones al altísimo costo de la vida, y así paliar las enormes carencias materiales que sufre la inmensa mayoría del pueblo cubano. En una celebración auténtica y genuina, los trabajadores libres, sin duda, alzarían sus voces para denunciar las muy difíciles condiciones de trabajo que soportan los sacrificados obreros agrícolas e industriales, y el desamparo insoluble de las víctimas de las llamadas racionalizaciones, que provocan un desempleo y subempleo nunca reflejado en las cifras oficiales.

Si le devolvieran la fiesta a los trabajadores, podrían exigir los derechos de propiedad, inversión y creación de empresas que en la Isla hoy sólo disfrutan los extranjeros, el fin de la intermediación estatal y los condicionamientos políticos en la contratación, promoción y remuneración del trabajo, así como el respeto a la libre sindicalización refrendada por el vigente Código del Trabajo, que hoy sigue siendo letra muerta y oculta.

El hecho de que los trabajadores no tengan un solo reclamo que hacer o que el régimen pueda movilizar a todo un pueblo en función de sus intereses y diseños, habla a las claras de la naturaleza del sistema impuesto en Cuba. Uno que debe ser transformado para que la clase obrera salga de su prolongado letargo y recupere el empuje que, en las primeras décadas del siglo pasado, le permitió remover enormes obstáculos para formar grandes líderes y alcanzar trascendentales conquistas.


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