Período especial en tiempos de guerra |
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La desaceleración de la economía norteamericana, con su efecto sobre las remesas familiares, y el descenso previsto de un 25% en el turismo, abren en Cuba un nuevo Período Especial. |
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por LUIS MANUEL GARCíA |
Parte 1 / 3 |
En 1990, ante la inminente desintegración de la Unión Soviética, se habló por primera vez del "Período Especial en Tiempos de Paz", eufemismo para nombrar la crisis más profunda en la historia de Cuba, que se haría realidad meses más tarde. La denominación es de una ambigüedad digna de la mejor literatura: período de duración indeterminada, especial quién sabe por qué, y los "tiempos de paz" muy relativos, dado que la supervivencia del poder en Cuba está íntimamente ligada a la beligerancia perpetua. La culpa de todos nuestros males, que hasta entonces detentara en exclusiva el imperialismo yanqui, fue repartida equitativamente, abonando sus cuotas a Rusia y al antiguo campo socialista.
Es ya una tradición en la Cuba socialista y tropical, que desde el anuncio de una exitosa cosecha en el noticiero, hasta su aparición en el mercado, transcurre un período entre largo e infinito. Las consecuencias del anunciado período especial, en cambio, fueron inmediatas: drástica disminución del transporte público, reducción o eliminación de todo combustible, cierre de empresas y masificación del paro, cortes de electricidad que alcanzaron ritmos de 8 por 8 horas, paralización de las construcciones sociales y de infraestructura, reducción del suministro alimentario a 0,4 kg por día por habitante (sólo 27 g ricos en proteína); enfermedades propiciadas por avitaminosis y aproteinosis, como neuritis y beri-beri, agravadas por la falta de medicamentos. Se esfumaron las malangas de Moldavia y las yucas de Cracovia. El peso disminuyó entre 50 y 100 veces su poder adquisitivo en apenas unos meses. En breve, la crisis, entronizada ya como modus vivendi, fue mutando hasta crisis de valores: se multiplicó geométricamente la prostitución, creció la delincuencia, la malversación y la economía subterránea. El mercado negro ocupó el lugar del mercado y se hizo realidad lo que algún cubano bautizó como "La Era de las Tres R" (resistir, robar o remar). Dado que el trabajo (salvo excepciones) dejó de ser una vía digna y segura de subsistencia, se instauró una nueva picaresca de la supervivencia (to have dollars or not to be). Los padres aspiraron a un título universitario; los hijos, a ser camareros para agenciarse unos verdes de propina. O echarse al mar en una balsa, hacia el Miami Paradise (si los tiburones del Canal no se interponen). Sin otra solución para rebasar la crisis que las continuas apelaciones al "espíritu de resistencia", más que el jabón o los frijoles, el artículo más deficitario en la Isla de ese "Período Especial en tiempos de paz", fue la esperanza.
Una década más tarde el país se ha integrado por fuerza a los mecanismos de la economía mundial, tendiendo una alfombra roja al inversionista foráneo. Florecen empresas y chiringuitos mixtos, se ha estabilizado la inflación (22 patriotas criollos para comprar un Washington) y una nueva clase se codea en los selectos predios de la noche habanera con el cuerpo diplomático y la aristocracia del poder: los empresarios extranjeros. Los renglones tradicionales permanecen estáticos o, en el caso del azúcar, tienden a alcanzar niveles del siglo XIX. La economía ha comenzado a mostrar pequeños índices de crecimiento que permitirían, en algo más de una década, recuperar los niveles de 1989. El favorable convenio energético con Venezuela conjura por ahora los apagones. Y la Isla olvida sus sueños de industrialización para convertirse en un país de servicios, aunque ello a su vez sirva de estímulo a las producciones locales, sobre todo en la industria ligera y la alimentaria.

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