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Ecología
Un desierto submarino

El ecosistema marítimo en Cuba: un arma mellada al servicio del poder.
por CARLOS WOTZKOW Y ESTEBAN CASAñAS Parte 3 / 3

Practíquese una inmersión a 10 o 15 metros de profundidad en cualquier playa de la costa norte de la Habana y se verá lo que es la superficie lunar. Lléguese un poco más profundo, hasta los 50 metros, frente a Puerto Escondido, y podrá observarse cómo los buzos de Carisub, o los buzos furtivos, han talado con serrucho todos los corales negros (Antipathes sp.) que excedían el centímetro de diámetro en su tronco base. Les hablo de una pared vertical de difícil acceso justo en el canto del veril, y a la que no se puede llegar si no se es buzo profesional. ¿Qué quedará entonces para aquellos placeres de coral a los que llegaba el buceador aficionado?

Frente a las costas de Pinar del Río, justo en su porción más occidental, están los Cayos de la Leña. En 1980 parecían un paraíso jamás tocado por el hombre. Habían incluso dos nidos de Águilas Pescadoras (Pandion haliaetus ridwayi), y uno de ellos tenía dos pollos de esta rara rapaz. Pero cuando la Unión de Jóvenes Comunistas facilitó el acceso al cayo a los visitantes del Campismo Popular (apenas 5 años más tarde), encontré latas de conserva hasta los 17 metros de profundidad en los cangilones que se alejaban perpendicularmente de la playa. ¿Es o no esto una vergüenza?

Supongo. Como mismo ha sido un derroche de estupidez el hecho de haber destruido todos los fondos marinos y barreras de arrecife que existían frente a Moa. El que visite algunos sitios de estas costas pensará que sus ecosistemas submarinos están intactos. Creerá que al sumergirse se bañará en un mar de corales multicolor. Pero se equivoca. Se encontrará con que los embalses de oxidación y las piscinas de contención de los metales pesados de la metalurgia derraman su exceso de venenos hacia el mar. Observará como en días de poca marea sus pozas se llenan de una especie de pasta gris negruzca saturada de metales pesados. En resumen, saldrá con los ojos llenos de lágrimas, pero no por una extrema sensibilidad a lo que ha visto, sino por la irritación que le ha producido ese aparente saludable mar en la conjuntiva de sus ojos.

Desde que los investigadores descubrieron que hay cientos de microorganismos en nuestra plataforma insular que pudieran tener valor comercial vía la industria farmacéutica o alimenticia, los hermanos Castro no han cesado de incentivar aún más la destrucción de nuestros recursos marinos. Así, desaparecen de nuestros moribundos arrecifes otras especies necesarias para su supervivencia y ello trae consigo un mayor desequilibrio del ecosistema. La lista interminable de estos desparpajos es la extracción incontrolada e irracional de anémonas de diferentes especies, el rompimiento parcial de cientos de corales de oreja por culpa de las propelas de embarcaciones turísticas, el destrozo de los estromatolitos formados por las algas a causa del inapropiado despliegue de las anclas.

Para colmo de males, como ya se ha dicho en infinidad de textos, prosigue la pesca y captura de cientos de estrellas, erizos, pepinos de mar, crustáceos, morenas, tortugas marinas, peces de todas las especies posibles, tiburones, en fin, de todo lo que se mueve bajo la superficie y puede ser consumido por el turista, ya sea como plato fuerte en un restaurante o como objeto decorativo de recuerdo. Todo para afuera del agua. Nuestro pueblo hambriento estuvo acostumbrado —antaño— a comer buen pescado: ahora no le queda más alternativa que pescar sobras en un mundo submarino en el que el Gobierno revolucionario se ha impuesto como único dueño y permanente expropiador.

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