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Bulldozers y malas hierbas

Capitalismo, socialismo a la cubana y medio ambiente: una observación y algunas conjeturas.
por ADOLFO FERNáNDEZ SAíNZ, La Habana  
Bosques

En una de cada tres de sus películas, Hollywood muestra cómo los ricos y el Gobierno tratan de ocultar algo, y un héroe — a la americana— da al traste con sus planes de enriquecerse todavía más a costa del daño ecológico. Los villanos son perfectamente identificados. En Cuba, por contraste, no hay grandes corporaciones que destruyan nuestra porción de paraíso terrenal. En verdad sólo hay una: el Estado socialista. El mismo que controla y/o maneja el Instituto de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), único organismo autorizado a filmar en la mayor de las Antillas.

Aquí las ONG las crea el Estado. La prensa que circula es la que permiten los censores del Partido Comunista. Pero tampoco ha habido demasiada industrialización. Increíblemente, aquellas grandes fábricas que se importaron por millares durante tres décadas, procedentes de la Unión Soviética y el antiguo campo socialista, han terminado en chatarra. Ni siquiera contribuyeron a que la Isla superara el monocultivo.

No obstante, proliferan los ríos y presas contaminados, han desaparecido bosques enteros, tierras de cultivo se pierden cubiertas de marabú. Avanzan la salinidad y la desertificación. Están pasando la cuenta en depredación los millones de toneladas de fertilizantes químicos y de plaguicidas que se emplearon en la agricultura cuando aún existía la URSS y su "ayuda generosa y desinteresada". La Isla no es la excepción en cuanto a los efectos sufridos por el entorno en todo el bloque socialista, incluida China.

En los años 80, el esquema que recibían desde arriba, y que transmitían obedientemente los burócratas de la agricultura cubana, era el de las enormes granjas estatales con un alto componente de mecanización, utilización de abonos artificiales, etcétera. Y cuando alguien hablaba de daños ecológicos, la reacción oficial era de discreta burla. Fue época de confianza ilimitada en la superioridad del socialismo, y no sólo en lo militar, sino también en lo productivo.

Esta clase de mentalidad había conocido etapas mucho peores. A finales de los años 60, el culto a la memoria del Ernesto Che Guevara —muerto en Bolivia en 1967— alcanzaba niveles alucinantes. Pero, ¿cuál fue la primera institución nacional que llevó el nombre del argentino? No fue una escuela, ni un hospital, ni siquiera un contingente militar internacionalista. Fue la Brigada Invasora compuesta por centenares de enormes bulldozers que barrieron la Isla de oriente a occidente, destruyendo cuanto bosque encontraron a su paso. Una pesada cadena se instalaba entre dos bulldozers y se arrastraba por el monte cubano. Ni siquiera se aprovechó la madera de aquellos árboles, que se apilaban y quemaban. La obsesión era abrir grandes áreas para plantaciones de caña de azúcar, pues se avecinaba la Gran Zafra de los 10 millones. Si en ese momento algún iluminado hubiera hablado de desarrollo sostenible le habrían acusado de hacerle el juego al "imperialismo".

La masiva deforestación no fue un acto oculto: era cantada por poetas y trovadores, y hasta se filmaron documentales en su honor.

Ciertamente, también a escala global se hace patente la degradación del entorno. Allí donde impera el sistema económico capitalista, las grandes corporaciones parecen ser, además, las grandes culpables. Pero cuando comienza a pagarse en salud el precio de la industrialización, la prensa refleja, de una u otra manera, la situación real; los ciudadanos —y hasta Hollywood—, constituidos en comités de protección del medio ambiente o partidos políticos, denuncian el abuso de corporaciones y gobiernos. Como mala hierba que es, el capitalismo no necesita ayuda, ni riego, ni fertilizantes para subsistir, y continúa asimilando, digiriendo para su provecho, la crítica de detractores y reformistas: los millones de personas que libremente en todo el mundo salen a trabajar para buscar una mejor vida para sí y sus familias, son la garantía de su pervivencia, aunque de ellos nunca se hable en los periódicos.


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