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Esteban Casañas y Carlos Wotzkow sobre la desidia estatal y la destrucción de las bahías cubanas.
por ESTEBAN CASAñAS Y CARLOS WOTZKOW Parte 1 / 3
Puerto de la Habana
Puerto de la Habana (Jorge Fernández)

Según nos cuenta María López Vigil, antes de la revolución todo era malo. "La industria instalada en la capital de Cuba, de tecnología estadounidense, no contaba con mecanismos de descontaminación [¿como la rusa?], y vertía sus desechos a los ríos Luyanó, Almendares y a la bahía. Para la revolución, era casi imposible no contaminar por culpa del bloqueo, y a pesar de instalarse en las fábricas de origen soviético añadidos de tecnologías occidentales menos agresivas con el medio, la mayoría se instaló en el interior del país y no en La Habana".

Este retorcido texto, lleno de explicaciones ridículas en torno a la destrucción del medio ambiente, no se detiene ahí, sino que continúa jugando con el tema de la bahía habanera. Así nos asegura que en 1975, la preocupación del Gobierno era tal que incluso se llegó a invitar a un buque limpia-bahías británico para que visitara la rada de La Habana y trabajara en ella durante cinco años. Sin embargo, olvidó decir que este barco estuvo allí la mayoría del tiempo sin trabajar hasta que se retiró por falta de pago. Después, el régimen ideó "una costosa barrera" frente a la refinería de petróleo, "pues esta industria de los años 40 era la responsable principal de la contaminación".

Es curioso ver cómo estos ecologistas, al servicio del Gobierno, lograron implantar el concepto de la "ecosistectomía", que no es otra cosa que la eliminación de los sistemas ecológicos por el sencillo método de su extirpación.

Toda la sarta de mentiras esgrimidas en conferencias propiciadas por los liberales norteamericanos y suscritas por estos súbditos de Fidel Castro se merecen una contundente respuesta. No olvidemos que las grandes manchas de crudo flotando en la bahía de La Habana datan de principios de los años 60 y empezaron cuando los marinos rusos y cubanos achicaban la sentina de las máquinas, contaminadas de petróleo, como si nada pasara. Esta práctica se extendió después a los imbornales, desde los que salían desperdicios sanitarios y aguas repletas de productos imposibles de catalogar durante el achique de las embarcaciones.

Desde que perdieron su empleo los inspectores de gobernación, que impedían los actos irresponsables contra los ecosistemas marinos y la salud humana y se erradicó el sistema de vigilancia que existía en el interior de los puertos, todos los barcos fondeados en la Isla achicaban sus aguas letales dentro de las radas. En el caso de los barcos cubanos, la operación se ha realizado desde 1960 sin notificación al oficial encargado de los cálculos de la estabilidad del buque, imprudencia que todavía se comete en cualquiera de nuestras bahías.

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