Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Desde...
Caracas: Hugo Chávez, Salvador Allende

por ANTONIO SáNCHEZ GARCíA Parte 3 / 3

Porque ni el terrorismo ni la lucha armada formaban parte de la tradición chilena. La única guerra civil, la de 1891, fue una bufonada de algunos días con un desenlace trágico: el suicidio del presidente Balmaceda, llevado por la misma trágica concepción del honor que obligara al suicidio de Salvador Allende. ¿Chávez un suicida? Si Allende hubiera enfrentado una oposición tan paciente, tan civil, tan legalista y tan democrática como la venezolana estuviera bordeando ahora los noventa años y sería venerado por el país entero. Es el terrible quid pro quo de ambas revoluciones: la venezolana se merecería para esta oposición un presidente como Salvador Allende. La oposición chilena, con Pinochet a la cabeza, un presidente como Hugo Rafael Chávez Frías. La canalla contra la canalla. La hidalguía contra la hidalguía.

3.- En Chile un golpe de Estado invocado por el espanto ante un mal que no llegó jamás a consumarse —y que me perdone mi amigo José Toro Hardi, que le ha hecho un muy flaco favor a la verdad histórica con esa vergüenza de documental sobre una realidad que desconoce— impidió lo que seguramente fue una ilusión imposible del Chicho, como llamáramos y seguimos llamando cariñosamente a Salvador Allende quienes los continuamos amando: la celebración de un referendo. Días antes de ese trágico martes 11 de septiembre, la noche del 4, fecha de la celebración del tercer aniversario de su triunfo electoral, se le vio triste y cabizbajo sentado en una de las gradas de la escalera de piedra que comunica el patio de los naranjos de La Moneda, el palacio presidencial santiaguino, con su despacho, un vaso de whisky en la mano. Allende era un luchador social de extracción aristocrática, un médico que fuera presidente de la combativa e ilustrada Federación de Estudiantes de Chile (FECH) y llegaría a ser Secretario General del Partido Socialista de Chile cuando recién moría Juan Vicente Gómez. Era un hombre vital, alegre, mujeriego, culto y bon vivant que jamás hubiera empuñado un arma contra su propia vida si no hubiera mediado el dolor ante una terrible desgracia. Impedir un acuerdo nacional y salvar a sus pobres de Chile —como bien hubiera podido llamarlos su embajador en París, amigo y compañero, el premio Nobel Pablo Neruda—, del sufrimiento, el destierro, la pobreza y la muerte debe haberlo destrozado anímica y espiritualmente. Pinochet, el canalla, quien fuera su obsecuente y lacayo ministro de Defensa, mandó a alguno de sus subordinados a ofrecerle, entre burlas y sarcasmos, un avión para sacarlo al destierro. El mensaje lo hubiera aceptado, dichoso y apresurado, un cobarde como Hugo Chávez. Allende, jamás. Había dicho que de su responsabilidad histórica como presidente democráticamente electo lo sacarían muerto: vivo jamás. Era un hombre de palabra. Cumplió.

4.- 17 años fueron necesarios para que ese acuerdo entre una oposición cerril y una alianza de gobierno fanática, ciega y sorda pudiera encontrarse. Fue necesario venir hasta nuestra democrática Venezuela, pasando por sobre miles de cadáveres y la miseria de millones de seres inocentes e indefensos, contando con el respaldo activo y generoso de los partidos COPEI y Acción Democrática, para que el Chile desgarrado por el sufrimiento recompusiera su fibra cordial y pudiera salir del marasmo y enfrentar el futuro.

Yo quisiera que Ricardo Lagos, que jamás hubiera llegado a ser presidente de Chile sin ese acuerdo favorecido e impulsado por nuestra democracia y nuestros partidos —y hablo aquí como chileno y como venezolano, con profundo conocimiento de causa, pues para mi inmensa fortuna pertenezco a ambas patrias y he vivido ambos procesos desde sus dos vertientes— pudiera ver a Venezuela sin ira, sin oportunismo, sin Realpolitik, sin OEA, sin mezquindad. Él debiera ser el hombre perfecto llamado por ese extraño destino que ha unido para siempre a Chile y Venezuela desde los tiempos de Don Andrés Bello, para hacer los más ingentes esfuerzos por lograr el entendimiento entre la Coordinadora Democrática y un solo hombre que se le enfrenta, no una alianza de gobierno o un pueblo ilusionado: el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías.

Indigna a la conciencia de una comunidad de miles y miles de chilenos que fueran acogidos con una generosidad sin límites por aquella democracia hoy escarnecida y vilipendiada por un gobernante indigno del alto magisterio que detenta, que Ricardo Lagos no abra su corazón a quienes debe indirectamente su actual magistratura. Quisiera que el destino me pusiera frente a una cámara de televisión chilena, como lo pusiera a él una noche de 1988, y señalarle con el dedo, como él mismo lo hiciera ante el dictador Augusto Pinochet, para decirle: presidente, ponga su vida al servicio de la paz de Venezuela. Dignifique su cargo, vaya en auxilio de sus hermanos venezolanos.

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