La Habana: ¿Ciudad o añoranza? |
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por LIZABEL MóNICA |
Parte 1 / 2 |
Pasar por la casa de Lezama, detener la mirada en sus alrededores. Casas sin
pintar, destruidas, grises, decrépitas. Llegar a la esquina de Trocadero
y ver un vacío, el sitio donde hubo un edificio y donde aún quedan
huellas para que una llene mentalmente la imagen. Imagen que se escapa, que no
está ya a pesar de su irremediable y angustiosa manera de estar.
La Habana de Lezama ya no es la misma. La calle de Lezama ya no existe.
¿El paso del tiempo que hace que lo nuevo sustituya a lo viejo? Tiempo
nuevo, lugares nuevos, suele ser la dinámica de las ciudades y la base de
la evolución histórica. Pero en La Habana de Lezama no hay nada
nuevo. Los espacios vacíos que van destruyendo el conjunto, la
descomposición cotidiana de las construcciones que aún quedan y a
las cuales sería más exacto llamar ruinas.
Tanto el recuerdo como la posibilidad de lo nuevo se pierden en La Habana de
Lezama. El paso del tiempo lacera, destruye, quita. Nada hay, nada aparece. No
se protege, se construye ni se obtiene nada. Se pierde. Lo viejo (tiempo viejo,
lugares viejos) es sustituido por derrumbes agónicos y demoliciones
—cada vez más crueles, cada vez más profundas—, por
esta nada. La nada generada e institucionalizada por un sistema cuyo tono
trágico, ridículo en el discurso oficial, se filtra y se
concretiza en la ciudad, insustancial y traumáticamente despedazada,
carente de tiempo, con una realidad que sólo es evocable en la
efímera y caótica cotidianidad.
Demolición
Están bajando las cosas de Frank El Gordo, porque van a demoler
su casa.
Estoy en casa de un amigo escritor, en San Miguel y Escobar, en el
corazón de Centro Habana. Decidí visitarlo al salir del hogar
lezamiano. Me sorprende la recurrencia nitzcheana. Recuerdo el vacío en
la calle de Lezama y me pregunto si fue una demolición. Frank no es
escritor, es un vecino popular en el barrio por su gordura, esa obesidad que
también caracterizó a Lezama.
—Le dieron un local en Escobar y San Rafael. Sin propiedad, pero
él piensa construir tres habitaciones, una para cada familiar de los que
vivían en la casa que van a demoler.
Sin propiedad. Un local del Estado que éste puede quitarle en
cualquier momento para hacer una tienda o... Una tienda, hace mucho que en La
Habana sólo se construyen tiendas. Un local estatal no es nada seguro, no
—es nada. Mi amigo se encoge de hombros. Una vez que le sea demolida la
casa, Frank El Gordo no tendrá nada.
Cuando haya echado simientes en su nuevo hogar, lo sacarán de
allí y le asignarán una casita de bajo costo en La Lisa o Alamar.
De una casa colonial pasará a una minúscula y defectuosa
viviendita. Del centro de La Habana irá a parar a una grotesca caricatura
de barrio, donde la estética es nula y la arquitectura se reduce a
cubículos producidos en serie que arbitrariamente son nombrados
"cine", "mercado", "Casa de la Cultura",
"casa"...
¿Cómo soporta Frank todo esto? Media hora antes de que
desalojara su casa, estaba sentado en la esquina con los "socios del
barrio". Esto es lo que Frank no puede perder: mudarse para unas cuadras
más adelante representa la pérdida de su casa, pero no representa
la pérdida de la "gran casa". Si se cayera el techo del
baño en mi apartamento miraría a mi familia encogiéndome de
hombros: "Qué le vamos a hacer, seguiremos adelante". Frank y
todos los habaneros usamos este plural: "seguiremos adelante".
Frank no experimenta la pérdida porque aún tiene la "gran
casa". Pero hoy es el baño, mañana el comedor; hoy la casa de
Frank El Gordo, ayer los dos edificios de Belascoain y quién sabe
cuándo el edificio —desconocido para mi generación— de
la cuadra de Lezama... En este último año, ¿cuántos
derrumbes y cuántas demoliciones? ¿Estamos perdiendo la "gran
casa"? ¿Estamos perdiendo nuestra Habana?
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