Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Desde...
La Habana: ¿Ciudad o añoranza?

por LIZABEL MóNICA Parte 1 / 2
La Habana
Trocadero 162. De izquierda a derecha, Reynaldo González,
Reynaldo Arenas, José Lezama Lima y Enmanuel Carballo

Pasar por la casa de Lezama, detener la mirada en sus alrededores. Casas sin pintar, destruidas, grises, decrépitas. Llegar a la esquina de Trocadero y ver un vacío, el sitio donde hubo un edificio y donde aún quedan huellas para que una llene mentalmente la imagen. Imagen que se escapa, que no está ya a pesar de su irremediable y angustiosa manera de estar.

La Habana de Lezama ya no es la misma. La calle de Lezama ya no existe. ¿El paso del tiempo que hace que lo nuevo sustituya a lo viejo? Tiempo nuevo, lugares nuevos, suele ser la dinámica de las ciudades y la base de la evolución histórica. Pero en La Habana de Lezama no hay nada nuevo. Los espacios vacíos que van destruyendo el conjunto, la descomposición cotidiana de las construcciones que aún quedan y a las cuales sería más exacto llamar ruinas.

Tanto el recuerdo como la posibilidad de lo nuevo se pierden en La Habana de Lezama. El paso del tiempo lacera, destruye, quita. Nada hay, nada aparece. No se protege, se construye ni se obtiene nada. Se pierde. Lo viejo (tiempo viejo, lugares viejos) es sustituido por derrumbes agónicos y demoliciones —cada vez más crueles, cada vez más profundas—, por esta nada. La nada generada e institucionalizada por un sistema cuyo tono trágico, ridículo en el discurso oficial, se filtra y se concretiza en la ciudad, insustancial y traumáticamente despedazada, carente de tiempo, con una realidad que sólo es evocable en la efímera y caótica cotidianidad.

Demolición

Están bajando las cosas de Frank El Gordo, porque van a demoler su casa.

Estoy en casa de un amigo escritor, en San Miguel y Escobar, en el corazón de Centro Habana. Decidí visitarlo al salir del hogar lezamiano. Me sorprende la recurrencia nitzcheana. Recuerdo el vacío en la calle de Lezama y me pregunto si fue una demolición. Frank no es escritor, es un vecino popular en el barrio por su gordura, esa obesidad que también caracterizó a Lezama.

—Le dieron un local en Escobar y San Rafael. Sin propiedad, pero él piensa construir tres habitaciones, una para cada familiar de los que vivían en la casa que van a demoler.

Sin propiedad. Un local del Estado que éste puede quitarle en cualquier momento para hacer una tienda o... Una tienda, hace mucho que en La Habana sólo se construyen tiendas. Un local estatal no es nada seguro, no —es nada. Mi amigo se encoge de hombros. Una vez que le sea demolida la casa, Frank El Gordo no tendrá nada.

Cuando haya echado simientes en su nuevo hogar, lo sacarán de allí y le asignarán una casita de bajo costo en La Lisa o Alamar. De una casa colonial pasará a una minúscula y defectuosa viviendita. Del centro de La Habana irá a parar a una grotesca caricatura de barrio, donde la estética es nula y la arquitectura se reduce a cubículos producidos en serie que arbitrariamente son nombrados "cine", "mercado", "Casa de la Cultura", "casa"...

¿Cómo soporta Frank todo esto? Media hora antes de que desalojara su casa, estaba sentado en la esquina con los "socios del barrio". Esto es lo que Frank no puede perder: mudarse para unas cuadras más adelante representa la pérdida de su casa, pero no representa la pérdida de la "gran casa". Si se cayera el techo del baño en mi apartamento miraría a mi familia encogiéndome de hombros: "Qué le vamos a hacer, seguiremos adelante". Frank y todos los habaneros usamos este plural: "seguiremos adelante".

Frank no experimenta la pérdida porque aún tiene la "gran casa". Pero hoy es el baño, mañana el comedor; hoy la casa de Frank El Gordo, ayer los dos edificios de Belascoain y quién sabe cuándo el edificio —desconocido para mi generación— de la cuadra de Lezama... En este último año, ¿cuántos derrumbes y cuántas demoliciones? ¿Estamos perdiendo la "gran casa"? ¿Estamos perdiendo nuestra Habana?

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