Jueves, 23 enero 2003 Año IV. Edición 540 IMAGENES PORTADA
Desde...
Madrid: La patria secuestrada

por JUDIT PéREZ HERRERA Parte 1 / 2
Sin título
De la serie Destierros (Eduardo Muņoz)

En junio de 2000 mi madre emigraba a USA. Completamente sola y sin familia en territorio norteamericano, a su llegada al aeropuerto de Miami la esperaba el hijo de un amigo que había dejado en Cuba. Un año más tarde, pero en el mes de septiembre, mi hermana menor se exiliaba en España después de un controvertido itinerario aéreo que comprendía como destino Atenas, la mitológica, a la que, sea dicho de paso, nunca pensó llegar. En Madrid la esperaban su novio y sus amigos. Novio y amigos cubanos.

Según las estadísticas de rigor, nunca fuimos demasiado viajeros. Antes del 59 las cifras de cubanos que emigraban a Estados Unidos y al resto del mundo no eran significativas. El cubano siempre prefirió vivir en su país e, inclusive, desde el punto de vista turístico, le interesó más vacacionar en el terruño que viajar a otras latitudes. Es a raíz del triunfo del castrismo que Cuba inaugura su triste capítulo del exilio. En ocasiones a través de vías más o menos organizadas, otras en la forma de éxodos caóticos y sorprendentes, pero siempre se puso en riesgo, de una manera u otra, la vida o la integridad de quienes dejaban la Isla atrás. Quedaba claro para el mundo que los cubanos no viajaban, sino que huían desesperadamente.

Con el tiempo hemos adquirido algo que podría ser llamado "la cultura del exilio", un andamiaje vital y profundamente polisémico, estructurado a partir de experiencias de todo tipo en los más disímiles destinos geográficos (hoy en día la diáspora cubana es omnicontinental, omniterrestre), ansias de libertad y prosperidad personal, una buena dosis de rabia y una poderosa autoestima. Con estos ingredientes se ha edificado una Cuba inmanente, viva, intangible, más allá de la geografía, habitable, mucho más cerca de Dios —un Dios multinacional y sincrético— que de la mezquindad de los tiranos. La Cuba del exilio.

¿Qué es la Cuba del exilio? ¿Acaso una proyección psicológica, un arquetipo, algo genético y fantasmagórico que ronda nuestra sangre, imposible de cancelar, de disolver con las corrosiones del tiempo a pesar del odio, el mal recuerdo y el ultraje que tantas veces nos apartó del mero patriotismo? Muchos cubanos abandonan la tierra que los vio nacer como con un gran portazo, jurando que no regresarán. Los hay que se mueren por volver aunque el resentimiento no les permita reconocerlo. Y están los que siempre vuelven para poder irse constantemente. Disímiles y únicos, todos hablan de nostalgia.

¿Dónde está lo cubano? ¿En Cuba? Puede que sí. Mi experiencia como ciudadana de un país donde lo irreal puede tomar apariencias tan concretas que obnubilan la percepción de personalidades mundiales de la ciencia, la cultura o la economía, me ha enseñado a desconfiar de lo obvio. Conozco a un sujeto que descubrió en el exilio a Sindo Garay. Cuando vivía en la Isla jamás escuchaba ese tipo de música. Sólo consumía la norteamericana. Hoy en día posee una impresionante colección de música tradicional. Descubrió el punto guajiro y a Raúl Lima a los treinta y cinco años, en un remoto cantón alemán. Y hoy se pregunta "desde allá que está tan lejos" (¿de dónde?) cómo no se había dado cuenta de la belleza de la música cubana. La suya.

Mi madre, desde Miami, celebra su Noche Buena del exilio. Lechón asado, congrí, yuca con mojo y plátanos tostones. Antes de encaminarse a la misa, ella y sus amigos se reúnen en torno a una botella de "Guayabita del Pinar", que han preferido a los más deleitosos vinos europeos. Hablan sobre Cuba. Recuerdan. No me pregunto qué recuerdan sino cómo recuerdan. Porque la Noche Buena es una tradición casi extinta en la Isla, que ya muy pocos celebran. Que yo sepa, a mi madre nunca le gustó la "Guayabita del Pinar". Pero la nostalgia aprieta y mi madre apura, con un gesto inédito que quizás nunca llegue a conocerle, su trago de "guayabita".

Sólo a través de la experiencia del exilio muchos cubanos han logrado integrar un sentimiento de identidad nacional. Los más jóvenes nacieron en un país donde lo nacional es esa sustancia cuidadosamente dosificada que debe servir para lubricar constantemente la anquilosada maquinaria del poder. En Cuba "lo cubano" es aquello que le interesa al Estado, aquello que constantemente debe prestarse a justificar sus razones.

La identidad nacional a veces sólo es recuperable fuera de Cuba. La asfixiante contaminación de los intereses del castrismo con los factores que componen el corpus de nuestra cultura ha desvirtuado durante generaciones la visión que poseen los cubanos sobre sí mismos, obligándolos en ocasiones a atrincherarse en el mundo de los controvertidos "modelos importados" que para muchos han funcionado como vías de escape hacia espacios donde el discurso oficial puede asordinarse considerablemente.

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