Jueves, 23 enero 2003 Año IV. Edición 540 IMAGENES PORTADA
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La Habana: Escaramuzas en la Batalla de Ideas

por ALDO BALLESTER CRUZ  

Según la dirección del país, el pueblo cubano está enfrascado en una gran batalla de ideas. No importa si se deja a un lado la cuestión de contra qué ideas se combate, esto es, contra las del enemigo oficialmente personificado en la "mafia de Miami", el imperialismo norteamericano y la disidencia interna, o contra las que bullen en las cabezas de un buen número de cubanos, y que no son precisamente las oficiales. El hecho es que la guerra ideológica ha sido declarada y, para que nuestro entendimiento esté debidamente preparado, la prensa escrita, la radio y la televisión se empeñan en una desmesurada difusión de las ideas que se deben defender y las que se deben combatir.

El antídoto contra tal inoculación lo ha encontrado la gente en las videocaseteras. Pese a que en Cuba jamás se han vendido videocaseteras en los establecimientos del Estado, y a que hace algunos años se promulgaron disposiciones aduanales que prohibían su entrada, los cubanos se las han arreglado para adquirirlas por diferentes vías, pagando un precio que oscila entre los 250 y los 300 dólares. Tanto sacrificio se ve recompensado: la videocasetera constituye un instrumento de libertad, que libra a quien lo posee del torrente de ideología única que brota de los medios masivos de comunicación, sobre todo de la televisión.

De alimentar las bulímicas reproductoras se ocupan cientos de videotecas particulares, que alquilan por unos pocos pesos películas, telenovelas íntegras, eventos deportivos —como la pelota de Grandes Ligas o el baloncesto de la NBA—, programas de participación y cualquier otra cosa de buena, mala o malísima calidad que entretenga a la población —una de las de más elevado nivel político y cultural del orbe, según la propaganda oficial—, con la condición de que carezca de la carga ideológica inherente a lo que emite la televisión estatal.

El Gobierno no concede permisos a estas videotecas y las persigue con encono y poco éxito, toda vez que prácticamente son ambulantes y prestan sus servicios a domicilio. Ha tratado, por otra parte, de organizar videotecas estatales, pero la afluencia de público ha sido escasa: en definitiva, lo que se alquila en ellas es más o menos lo mismo que pasa la pequeña pantalla.

La feliz unión de la videocasetera con los videos alquilados permite entonces que quien la posea pueda "desconectar". En Cuba, este popularísimo verbo significa huir del infierno de la realidad cotidiana, de la politización de todos los aspectos de la vida espiritual, para hallar refugio en el paraíso de lo escogido libremente. Téngase en cuenta que, de unas doce horas de transmisión, el canal más importante de la TV dedica, en el mejor de los casos, casi la mitad a programas supuestamente informativos donde la propaganda lo permea todo, a discursos políticos, a mesas redondas informativas en las que la magia del neohabla socialista quiere hacernos ver discusión donde no hay más que unanimidad. Una unanimidad garantizada por libretos que guían a los panelistas, y a los que éstos apelan sin asomo de vergüenza cuando les llega su turno de entrar en escena.

La desconexión no conoce fronteras, es amplia y democrática. Desconectan el militante revolucionario y el "gusano", el negro y el blanco, el funcionario de alto nivel y la empleada que atiende la limpieza, los Jefes de Sector de la policía y sus perseguidos, el oficial de la Seguridad después de pasarse una jornada interrogando disidentes y los familiares de éstos luego de un día dedicado a buscar dónde estaban detenidos. Yo mismo no puedo hacerlo porque no poseo videocasetera. Me siento frente al televisor a la espera de que comience el béisbol, mientras pasan el llamado "informativo de las ocho". Por los tres canales existentes, un locutor de rostro severo lee con voz grave y enfática un largo editorial de Granma. Salió en todos los periódicos, lo leyeron durante las noticias de la mañana y el mediodía de la TV, y por todas las emisoras de radio. Entonces cierro los ojos: envidio con todas mis fuerzas a los que visionan plácidamente los ocho últimos capítulos de una lacrimógena novela mexicana.


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