Viernes, 18 octubre 2002 Año III. Edición 475 IMAGENES PORTADA
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La Habana: Casa por casa

por TANIA QUINTERO  
Casas
Viviendas ilegales a las afueras de La Habana

La realización de un Censo de Población y Viviendas es algo normal en cualquier país. Mas en Cuba sobran los que se asustan ante ciertas indagaciones personales.

La gente no tiene tanta preocupación por las averiguaciones que entre el 7 y el 16 de septiembre harán casa por casa los enumeradores del Censo Nacional de Población y Viviendas, más bien le inquieta las consecuencias que imagina pueden traerle las informaciones obtenidas. Los censos se hacen cada diez años, pero hace ya veinte que en la Isla no se realiza uno. Y aunque dé la impresión de que aquí apenas ocurre nada, en las dos décadas transcurridas desde el anterior inventario se han producido acontecimientos que justifican los temores de una parte de la ciudadanía ante las preguntas contenidas en las dos planillas que conforman el de 2002 (una destinada a obtener datos sobre la vivienda y sus condiciones, y otra sobre las personas que en ella habitan).

Uno de los sucesos acaecidos en estas dos décadas es la despenalización del dólar, en 1993. Dicha medida permitió determinadas mejorías en un por ciento —¿alto, mediano, bajo?— de la población. Además de tener mayores posibilidades de alimentarse y vestirse, algunas familias cubanas pudieron reparar y reconstruir sus hogares. Incluso, ha habido casos de nuevas construcciones realizadas a partir de dólares enviados desde el exterior u obtenidos por medios más o menos legales. La remodelación casi siempre ha ido acompañada de la renovación del mobiliario y la adquisición de equipos electrodomésticos.

Aunque oficialmente la información requerida por el censo es oral y no va a ser investigada ni verificada con documentos, muchas personas piensan que si declaran con honestidad podrían estar "comprando soga pa' su pescuezo". Si se teme el acápite sobre los bienes de uso duradero (ventiladores, arroceras, etcétera), el pánico se desata con los inmuebles.

Asela, de 48 años, traductora, se "ganó" un apartamento en un barrio de microbrigada en la ciudad de Cienfuegos. Durante 20 años vivió allí con su esposo e hijos. En 1995 a su esposo lo trasladaron a la capital del país y poco después ella misma recogió lo imprescindible y junto con sus hijos se mudó a La Habana. Residían en casa de unos parientes a quienes les sobraba un cuarto. Todos los meses Asela viajaba a la Perla del Sur, a "darle una vuelta" a su apartamento. Aprovechaba para recoger las compras de artículos racionados que una vecina le compraba y guardaba. En 2000, su cónyuge recibió por su trabajo la oportunidad de acondicionar como casa un local declarado inhabitable. Con el esfuerzo de toda la familia lograron convertir el local en vivienda.

El temor de Asela —ser propietaria de un apartamento en el que no vive y residir en otra provincia— también lo tiene Eusebio, de 53 años, funcionario. Desde hace tres años dejó su apartamento de microbrigada y se fue a vivir con su mujer e hija a la residencia que perteneció a la familia de su esposa. Al igual que Asela, de vez en cuando va a su vivienda. Pero no deja de preocuparle que uno debe censarse por el sitio donde duerme y tiene sus pertenencias (en este caso, la residencia de la familia de su esposa) y no por donde se es propietario, se tiene la libreta de racionamiento o se está inscrito en el Registro de Direcciones (en los datos del registro tanto Eusebio como Asela figuran en los apartamentos que se ganaron laborando como microbrigadistas).

Ni Asela ni Eusebio aparecen como propietarios de las viviendas donde realmente residen, por lo cual no se les puede aplicar la ley (en Cuba es delito ser propietario de más de una casa, a no ser que una sea en la ciudad y la otra en el campo o la playa). Pero ambos saben cuán peligroso es tener viviendas cerradas por tanto tiempo.

Cientos, tal vez miles de cubanos, se encuentran ante situaciones similares a las de Asela y Eusebio, y hasta los hay que viven en otro país y tienen su domicilio alquilado o prestado a algún amigo o familiar. Probablemente también haya quienes, mediante cambalaches, posean varias viviendas, una a su nombre, otra a nombre de un hijo, o una tercera donde la abuela o la suegra aparecen como propietarias. Las reiteradas explicaciones acerca del censo y sus objetivos no calman a mucha gente. El miedo se generaliza.


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