Jueves, 19 septiembre 2002 Año III. Edición 454 IMAGENES PORTADA
Desde...
Nashville: Conversaciones con mi tía Tita

por WILLIAM LUIS Parte 1 / 2

Querida Titonga:

La muerte de un ser querido, no importa quien sea, es una inmensa pérdida, pero la muerte de un hijo es una gran tragedia que ninguna madre debería presenciar. El orden de la naturaleza nos señala que los padres morirán primero y los hijos después. Por eso es incomprensible cuando se invierte ese proceso natural. Los que no han perdido a un hijo sólo pueden imaginar el profundo sufrimiento que la persona afectada debe sentir. Es un dolor inmenso e intenso, como ningún otro, y sin ninguna justificación. Si el dolor del parto es soportable porque anuncia la vida que nace de las entrañas y está por venir, el de la muerte es un vacío, una ausencia, una nada que jamás se llenará. Es como si nos arrancaran de la profundidad del pecho el corazón, la esencia que nos da la propia vida.

Tengo muy gratos recuerdos de mi primo Phillip, quien, como mi prima, nació en los Estados Unidos. En la década del cuarenta, mucho antes de que el señor Castro decidiera apoderarse de la Isla, Lilo y tú decidieron emigrar a Nueva York para que tus hijos pudieran disfrutar del harto anunciado sueño americano. Phillip era el más chiquito y tal vez el más consentido de los cuatro, y nuestra generación pasó a ser la segunda de cubanos en el extranjero, aunque se nos confundía con la de puertorriqueños, el grupo mayoritario de habla hispana en la gran urbe de inmigrantes. Teníamos casi la misma edad, jugábamos juntos y nos considerábamos hermanos; hasta en un momento pasé a ser su hermano mayor.

Recuerdo aquel verano cuando decidimos ayudar al padre de la Sota, orgulloso español que tenía su iglesia episcopal en el condado de Brooklyn. Nosotros vivíamos en Manhattan y por eso nos levantábamos tempranito para asistirlo con la misa matutina y luego con los quehaceres de la iglesia. El padre nos mandaba a las tiendas y bodegas con la intención de recaudar donaciones para la iglesia, para después quedarse con las mismas. A pesar de los meses que trabajamos, él nunca nos pagó por nuestros servicios, aunque sí nos daba dinero para el transporte diario que él mismo sacaba del plato de las ofrendas. El verano no fue provechoso para nosotros, pero las injusticias que ambos experimentamos fortalecieron nuestra relación y nos sirvieron de contenido para los numerosos cuentos que luego haríamos y las carcajadas que nos provocarían los mismos cada vez que recordábamos ese memorable verano. Llegó un momento en que éramos inseparables. Después nuestras vidas tomarían diferentes rumbos. Yo decidí continuar con mis estudios, él optó por permanecer atado a su querido Nueva York.

A pesar del dolor que causa la muerte de un hijo, no es la primera vez que se da esa inmensa pérdida en nuestra familia, porque mi abuela también tuvo que andar por ese impensable camino. Muchos años antes de que se conocieran mis padres y después de que la familia se mudara de Caibarién para La Habana, tía Mercedes se quitó la vida (sin embargo, su muerte no fue el primer golpe de la pérdida de un hijo de abuela. Años antes tío Santo, quien nació el día de los Santos y por tanto se llamaba Santos Santos, murió de tifo a la temprana edad de dieciocho años). Mercedes era una mujer bella con un extraordinario talento musical; parecía que tenía el mundo en sus manos. En Caibarién, a temprana edad mostró afición por el piano y pronto pasó a ser la afamada concertista del pueblo, con un brillante futuro así reconocido por Caturla, un viejo amigo de la familia. Pero estando en La Habana se había enamorado de un alto representante del Gobierno, quien la había engañado jurándole que a pesar de tener su propia familia cambiaría su estado matrimonial para vivir con ella. Cuando ella se dio cuenta de la traición, consiguió un revólver para cobrarle la maldad y poca vergüenza que le había hecho (me imagino que estaba en cinta y en casa la obligaron a hacerse el aborto). Pero al no poder encontrarlo, su pena fue tan grande que decidió quitarse la vida en la puerta de la casa del señor. El talento musical que podría compartir con un público universal y el dolor que sus acciones le causarían a la familia no se acercaban a la humillación que sentía y para ella la muerte era la única solución. Los miembros de la familia le ocultaron a abuelo la trágica muerte de su hija y el viejo murió pensando que Mercedes había fallecido en un accidente automovilístico. De alguna manera misteriosa, la muerte de Phillip te ha acercado más a abuela. Ahora tú, más que ninguno de tus hermanos, podrás entender el inmenso dolor que las muertes de Santo y Mercedes le causaron a tu madre, acción que no podías entender en su totalidad en aquel momento de tu juventud. Pero a ti te ha tocado vivir las muertes de tus hermanos y también la de tu hijo.

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