Jueves, 19 septiembre 2002 Año III. Edición 454 IMAGENES PORTADA
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La Habana: Nuestros gitanos, nuestras miserias

por MANUEL CUESTA MORúA  

Las crónicas sincronizadas de La Habana deben ser exuberantemente ricas. Lugar babélico como el que más, no debe pasar un día sin que alguien tenga aquí una sabrosa anécdota que contar, un chiste picante que sonreír o una tragedia que patalear.

Yo tendría una breve crónica para un mejor relato. Su hilo conductor es la vida azarosa, siempre al borde del peligro judicial, de nuestros "gitanos"... y "gitanas". Pero prefiero hablar del asunto como mejor sé: desde el ángulo más distante del analista o sociólogo. Una crónica bien contada requiere una fuerza intimista que no debe ser profanada por quien nada sabe de ese bello oficio.

¿Quiénes son los gitanos? Habría que definir a los que no son nuestros. Según un viejo diccionario, gitano "dícese de cierta raza errante, procedente, al parecer, del norte de la India". Y se aplica figurativamente a aquellas personas que tienen "gracia y atractivo para ganarse las voluntades". Gitanear sería entonces la acción de "halagar con gitanería", y ésta, a su vez, sería "el halago hecho con zalamería y gracia, al modo de las gitanas"... y gitanos, se podría agregar. Una gitanada es, puede ser en consecuencia, "la adulación, los halagos o engaños para conseguir uno lo que desea".

La imagen que tengo de los gitanos poco tiene que ver con la que pinta el diccionario. En mi estancia europea choqué, por primera vez en mi vida, con gitanos de verdad, y confieso que no me resultaron nada graciosos y sí muy agresivos. La mirada triste de sus ojos y la determinación con la que te exigen "su" penique demuestra que en algún paraje de la que puede ser una milenaria caminata perdieron atractivo y zalamería. Me resultaron simpáticos como cultura y como seres humanos, pero no precisamente por su gracia.

De modo que olvidé a los gitanos sin olvidar su miseria. Al llegar a La Habana, escribí tres notas sobre mis impresiones gitanas para alguna memoria futura, hasta que el pasado 25 de julio volvieron a mi presente.

¿Qué pasó? Pues nada. Me encontraba en la terminal de trenes de La Habana, despidiendo a una amiga manzanillera, cuando me vi rodeado de hombres y mujeres —algunas con niños en sus brazos— queriendo que les comprara lo que vendían: galletas dulces, caramelos, maquinillas de afeitar, pañuelos y cualquier cosa que pueda imaginarse.

Nada compré. No, por supuesto. Me interesaron mucho más ciertas identidades compartidas por aquellos hombres y mujeres: una misma gracia y zalamería, casi un mismo color de piel —ese tono cobrizo que enciende la luz verde de muchos turistas—, una misma actividad y una idéntica triste alegría. Todos eran de Manzanillo, por lo que tenían otras dos características comunes: un mismo origen, nuestro propio Oriente, y un mismo status, el de errantes que andan en el mercadeo de "sus" peniques, en busca de mejor fortuna y con la carga a cuestas de una vieja miseria gitana.

Había entrado en contacto con nuestros propios gitanos y con nuestras propias profundas miserias. Por efecto de recuperación me acercaba a una ya antigua imagen y a ese viejo diccionario que conservo entusiastamente.

De donde se me ocurrió pensar que el nacimiento del vocablo "gitano" se debe más a una descripción sociológica que a una caracterización étnica o racial. En otras palabras, para mí no se dice gitano como se dice judío, azteca o kosovar. Es posible, eso sí, encontrar gitanos judíos, gitanos aztecas o gitanos kosovares.

En ausencia de rasgos étnicos similares, de un común origen religioso o de cualquier mito fundador de pueblos, la cultura gitana nace de la miseria errante de gente desafortunada. Sus cantos, sus bailes y sus sitios de ningún lugar están expresando el trato de excrecencia que todas las civilizaciones le han dado a una ínfima porción de su propio género.

Los gitanos históricos tienen sobre sí el fardo de haber dado origen a unos estilos de vida rechazados por los modernos. Pero existen para recordar que todas las culturas tienen a sus propios gitanos: esos que les indican donde yace, con la profundidad de los yacimientos, la miseria de la sociedad. Los nuestros son un índice irrebatible. Pueden ser vistos en nuestra propia terminal de trenes.


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