| Santiago de Cuba: Retroceso y Máscara de Caoba |
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| por VíCTOR MANUEL DOMíNGUEZ |
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El deterioro progresivo que muestran en su funcionamiento las instituciones culturales y las agrupaciones artísticas vinculadas al sector en Santiago de Cuba tiene razón de ser: la ineficiente gestión de las secciones sindicales de base en cada unidad y la incapacidad de brindar respuestas objetivas que revelan los directivos del organismo en el territorio. Esta realidad, que ubicó al sector cultural de la provincia en el lugar doce entre las catorce regiones evaluadas —valoradas recientemente por el organismo central—, demuestra que no basta con el talento artístico cuando los mecanismos de gestión son obsoletos y se carece de una estrategia que contemple de forma respectiva la exigencia y el respeto a los deberes y derechos de los artistas.
La falta de contratos por la carencia de instalaciones y pistas de baile —que obligan a la reducción de plantilla en las agrupaciones musicales—, así como los limitados recursos para la puesta en escena de obras originales y la renovación del repertorio teatral, por sólo citar dos manifestaciones de fuerte arraigo en la comunidad, ocasionan el éxodo de los artistas ante las perspectivas de un empleo estable, y constituyen las causas principales del retroceso artístico-cultural en Santiago de Cuba.
Figuras del ballet provincial, las artes plásticas y la literatura se suman a los músicos y actores del territorio y hacen su equipaje para probar suerte en cualquier otra ciudad de la Isla —y si pueden en el extranjero—, ante la ausencia de solución a los reclamos básicos para el desarrollo de sus respectivas potencialidades.
De nada ha servido que Santiago de Cuba posea un talento artístico de probado nivel, una adecuada —aunque ineficiente— infraestructura de instalaciones culturales, ni que asuma como sede la realización de múltiples eventos en todas las manifestaciones del arte. Los artista se van.
El Festival del Caribe o Fiesta del Fuego, donde convergen en su totalidad las manifestaciones culturales autóctonas de las naciones caribeñas; el Máscara de Caoba, que difunde lo mejor de las artes escénicas de la Isla y de otras regiones extranjeras; el Naif de artes plásticas, que revela la vertiente de la pintura primitiva; los festivales del son, la trova, de orquestas charangas, el internacional de agrupaciones corales y el encuentro de escultores auspiciado por la fundación Caguayo, entre otros de relieve, sólo sirven para encubrir bajo una sobredimensionada promoción los críticos problemas que afrontan los artistas del territorio.
Esta paradoja, afincada en la dedicación de los escasos recursos asignados al sector para crear una imagen de plenitud cultural sin sustento en la base, no ha sido suficiente para ocultar los pobres resultados integrales de una provincia donde se han gestado algunos de los movimientos artísticos de mayor arraigo en el país.
En un contexto donde se intenta hallar las causas del problema, decenas de artistas coinciden en señalar que el mismo se debe a la falta de gestión de los directivos y sindicatos, a los entorpecedores mecanismos promocionales, a las limitaciones al desarrollo individual de los creadores y la incoherencia de la política cultural y, sobre todo, a la ideologización de un mundo creativo que necesita libertad para estabilizar el vuelo.
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