Martes, 18 junio 2002 Año III. Edición 390 IMAGENES PORTADA
Desde...
La Habana: La noche del toque de cajón

por GILBERTO CALDERóN ROMO Parte 2 / 3

Grabados
Toque del cajón tercero

Adosado a la pared hay un altar; sobre él un muñeco negro vestido de rojo. Es Changó o Santa Bárbara, santo al que está consagrado el joven que en este preciso momento fluctúa en la quinta dimensión o tal vez más allá, y es el hijo de la negra que pagó la fiesta. Esta señora sufragó los gastos porque Regla, la festejada, le hizo un trabajo: invocó a Eleguá, el guerrero —el que abre y cierra los caminos—, para que el muchacho resolviera un problema judicial. Es barbero y cobra en fulas —dólares—, pero es pendenciero y fue arrestado por las autoridades. Las mayores le reprochan que antes de montarse el muerto haya estado ingiriendo ron y por eso sea más difícil controlarlo.

Andaban en este trajín cuando escuché un estrépito a mi lado, como un frote violento; sentí un golpe de aire, como si un ave hubiera alzado el vuelo de súbito: una negra joven, de minivestido blanco y espejuelos, que estaba a mi derecha, comenzó a brincar de manera intempestiva; es otra que ha entrado en contacto con su muerto. Se azota de uno a otro lado de la pieza y pierde los zapatos y los lentes. Las damas presentes tratan de amortiguar los golpes ubicándose entre la convulsa y las paredes. La muchacha brama y llora. Tiene los ojos cerrados, pero le escurren lágrimas por las mejillas. Hay dolor en sus muecas y me pongo a pensar si en verdad está sufriendo o goza. Nunca los abre y, mientras tanto, la tensión ha despertado varios polos; las descargas emocionales se presentan simultáneamente en varios frentes. Los músicos callan porque aquello sube hasta el delirio. Se afanan los apaciguadores. En un vaso de agua se vacía un poco de perfume. La mezcla sirve para despojar al poseso del muerto que lo ha poseído. Le avientan buches sobre la cara y le aprietan los hombros. Colocan a la negra joven en una silla y parece que poco a poco va a recuperarse. Se queda un rato pacífica y viendo el vacío. En la cocina procuran revivir al joven barbero, pero el alcohol ingerido impide su regreso. La negra del vestido oscuro sigue vociferando en portugués, un lenguaje que desconoce en la vida diaria, y trae entre las manos unas yerbas que agita repetidamente; calla a los músicos y les impone los cánticos que han de proseguir. Éstos portan diversos uniformes. Dos de ellos traen los gorritos rojo y negro de Eleguá, y otros van de azul, que es el color de Yemayá —la Virgen de Regla—, y los de blanco –color de Obbatalá, la Virgen de La Merced— es que están en el año de noviciado para alcanzar la condición de santos.

Los músicos —no hay mujeres entre ellos— hacen breves pausas y algunos toman buches de ron para refrescarse la garganta. La gente solamente fuma cigarrillos. El espacio disponible es pequeño y la mayoría somos espectadores, pero todos estamos traspasados por la energía que se ha desatado entre los golpes de cajón, las voces selváticas y el malabarismo de los convulsos. Me entero que al principio de la Revolución estas ceremonias estuvieron prohibidas y se hacían con discreción, y recuerdo haber leído que durante la Colonia los grupos de negros esclavos las practicaban en los barracones del batey; era la manera de revivir el paraíso perdido del que fueron arrancados por españoles y portugueses. Entre las caballerías del cañaveral nadie los entendía ni procuraba hacerlo.

Según testimonios recogidos por el periodista Roberto Céspedes Blanch, el 70 por ciento de los cubanos están vinculados a la santería y al espiritismo, una mezcla de ritos africanos y cristianos, y existen versiones de que el propio Fidel Castro está protegido por Obbatalá o, según otras versiones, es discípulo de Yemayá, y que Celia Sánchez, su más estrecha colaboradora de principios de la Revolución, era santera practicante.

La santería no se estudia en seminarios, sino en el seno familiar, es una forma cultural que se hereda y se va aprendiendo. Se le tiene más confianza a alguien que es del propio núcleo familiar que a quien viene de afuera de éste a predicar. Los hombres llegan a ser babalaos, que es la autoridad máxima, y las mujeres son santeras, pero cada uno tiene funciones específicas. En la santería se deposita la fe en la protección contra la enfermedad y el hambre; los dioses son aliados de los santeros que "miran" el pasado y el porvenir y protegen contra el mal y los enemigos. Los orificios de los caracoles representan ojos, oídos y bocas cuando son lanzados en una consulta sobre una mesa: ellos ven y hablan lo que está oculto. "La Mandinga" es la cazuela en donde se guarda la "prenda".

Salto a cont. Siguiente: Los santeros... »
1   Inicio
2   Adosado...
3   Los santeros...

Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

Ottawa: En fin, el mar
ANA JULIA FAYA
Roma: Volver, volver
ARIEL LEóN
La Habana: En tres y dos
TANIA QUINTERO
La Habana: Reclutas a la fuerza
HéCTOR MASEDA
La Habana: ¿Queremos o no libertad de pensamiento?
TANIA QUINTERO
Dominicana: La República que honramos al ritmo de La 440
LUIS GONZáLEZ RUISáNCHEZ
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
Niño
EDICIONES
» Actual
« Anterior
» Siguiente
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Caña
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.