Martes, 18 junio 2002 Año III. Edición 390 IMAGENES PORTADA
Desde...
Dominicana: La República que honramos al ritmo de La 440

por LUIS GONZáLEZ RUISáNCHEZ  
Lista
Lista de electores en República Dominicana

¿Diecisiete mil? ¿Más? ¿Quizás diecinueve mil? ¿O tal vez menos, quince, catorce mil? El misterio de las cifras preserva el anonimato de las exactitudes, esa marea en estampida que llega a República Dominicana por los canales de la urgencia, en barcazas de rumbo desconocido, en balsas a la deriva, a través de la negritud carpenteriana de Haití, cruzando fronteras a escondidas, por aviones que partieron de La Habana, Lisboa, Bogotá o Singapur, en la ruta sempiterna de la estrella del norte. Legalizan su status con ínfulas de transeúnte, viajero de paso, o se mantienen a hurtadillas, evadiendo los controles de migración mientras pasan los años y se van habituando a la tambora del merengue, y corean bachatas de Juan Luis Guerra, y hablan con el acento de Santo Domingo. Uno se los encuentra por ahí, por la calle París, por el malecón evocador, por las esquinas de Piantini, por los barrios de chicharrones y cervezas. Asimilados por una nación parecida, reproducción nostálgica de la patria que se fue perdiendo, esquivando el desarraigo común y la sensación inevitable de no pertenecer a nada.

Pero un día salen los fantasmas cardíacos y en Miami, Caracas o Madrid, festejan la fecha patria como si todo no fuera más que un carnaval de la tristeza atrincherada, decidida a que el olvido no se cierre en su propia existencia, en la asimilación extranjera que diariamente nos resume en parias de la desolación y la extrañeza.

Así sucedió este 20 de mayo en Santo Domingo. En un salón de un lujoso hotel de la capital, nos reunimos. Hubo brindis internacional; no tamales de maíz ni torrejas en almíbar, no mojitos de ron ni champolas de guanábana, sino esa suerte de buffet aprendido en el extranjero, trashumante y anónimo. Pero se izó la bandera y se cantó el himno nacional; el padre Carles, un cubano envejecido en los altares de Dominicana, expulsado en 1961 de su Cuba entrañable, comenzó su sermón asegurando que "nunca pensé que estaría 39 años sin ver mi país", y a todos nos sobrecogió una experiencia parecida. Un cubano noble y legítimo, envejecido también en este país primado, Don Mario Rivadulla, ortodoxo militante a la diestra de Eduardo Chivás, tuvo el deber de un discurso que, sin exaltaciones y racional, contó de la realidad de una república nacida bajo legitimidades precisas: "...ellos actuaron con sentido realista y nos dieron una carta constitutiva avanzada para la época, como lo fue en su momento, y sigue siéndolo en muchos aspectos, la que nos dimos en 1940". Y agregó: "Es preciso consignarlo como vigorosa respuesta y desmentido a quienes más tarde han focalizado todo su pernicioso potencial propagandístico en el hecho, doloroso sin dudas pero también inevitable por entonces, de la Enmienda Platt, para alegar que Cuba no fue libre y soberana hasta que la revolución castrista derivó hacia el marxismo, la dictadura absoluta y también la más absoluta dependencia del extranjero".

Tras la lectura de una carta enviada al exilio cubano en República Dominicana por el disidente Vladimiro Roca, subió al podio Carlos Alberto Montaner, abrazado a la reflexión aplastante de su análisis nacional. Una conferencia de matiz histórico que abrazada a la frialdad reflexiva de una verdad sin fugas, hace de este personaje afortunado de la intelectualidad cubana un hombre de palabras polémicas. ¿Tenemos en 43 años de tiranía el tránsito a una consolidación de la democracia que se repite a través del mundo? ¿Es Castro para la democracia republicana lo que Franco para la mediana democracia de los inicios del siglo XX español? "Inglaterra no tiene constitución y Haití tiene cuarenta", dijo ejemplificando una conciencia democrática que se reafirma en la humanidad y no en el símbolo de los documentos.

Pudo haber sido apenas la reproducción lejana de los mítines acostumbrados, sólo lo salvó la legitimidad, el hondo arraigo patriótico que no se esgrime con himnos y banderas, con discursos y palmas reales (el escritor Lichy Diego me dijo que en estas ciudades postmodernas, llenas de exiliados del mundo, "la patria es un plato de comida"), sino con esta multitud que asistió desposeída de obligaciones, acodada en la necesidad de respirar un pedacito de Cuba, enredada en la rítmica pulmonar de todos los que festejamos este 20 de mayo en una esquina de Santo Domingo, mientras afuera la ciudad nos era ajena, sus gentes desligadas de una celebración fielmente cubana, como debió haber sido la Isla que nos extraña. Porque allá el 20 de mayo no es más que una frase popular. Porque a Cuba, por contradicción, le cayó encima, hace 43 años ya, un verdadero 20 de mayo.


Imprimir Imprimir Enviar Enviar

En esta sección

Ottawa: En fin, el mar
ANA JULIA FAYA
La Habana: La noche del toque de cajón
GILBERTO CALDERóN ROMO
Roma: Volver, volver
ARIEL LEóN
La Habana: En tres y dos
TANIA QUINTERO
La Habana: Reclutas a la fuerza
HéCTOR MASEDA
La Habana: ¿Queremos o no libertad de pensamiento?
TANIA QUINTERO
NOTICIERO
SOCIEDAD
ECONOMÍA
CULTURA
INTERNACIONAL
DEPORTE
MÚSICA
OPINIÓN
DESDE...
ENLACES
Chat
ENTREVISTA
Cartas
BUSCADOR
Galeria
Niño
EDICIONES
» Actual
« Anterior
» Siguiente
Seleccionar
D:  
M:  
A:  
   
Caña
 
 
PORTADA ACTUAL NOSOTROS CONTACTO DERECHOS SUBIR
 
© 1996-2003 Asoc. Encuentro de la Cultura Cubana.