Lunes, 17 junio 2002 Año III. Edición 389 IMAGENES PORTADA
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Roma: Volver, volver

por ARIEL LEóN Parte 1 / 2
Coliseo
Coliseo romano

Roma, bellísima Roma. El impacto de la eterna ciudad sobre los visitantes de todo el mundo parece ser el mismo. Quince o veinte días parecen bastar para impresionar a los alelados visitantes con una variedad arquitectónica que en las tardes se deja cubrir por una singularísima luz, la que promete el sepia justo antes de ocultarse, acentuando el carácter remoto de numerosos monumentos. Sin embargo, la gran mayoría de los turistas se despide con la impresión de no haberlo visto todo. Y tiene razón. Su escaso tiempo no alcanza para ver lo que Roma tiene de capital europea, la otra parte no menos interesante, es decir, la Roma moderna. Desde principios del siglo diecinueve, época de ilustres visitantes, se ha hablado de una ciudad provinciana, aunque reconociéndose con admiración su grandeza. Hoy, sin embargo, ya no lo es; una inteligencia sutil y compleja, no siempre evidente, levita en la ciudad alcanzando los rincones mas insólitos.

Mientras en algunas capitales de Europa queda todavía un gran número de habitantes que se extenúa descifrando la compleja realidad que lo rodea, buscando modificarla, intentando instalar la reflexión en algunos espacios, los de Roma se dedican a otras actividades que sólo pueden desarrollarse tras haber superado aquellas etapas. En París, en Berlín, en Londres, podemos ver aún en la esfera artística, por ejemplo, una minoría que se esfuerza inútilmente en buscar un lenguaje nuevo, intentando minar todavía la noción del arte en atrevidas instalaciones, buscando nuevos territorios donde poder ubicar nuevos conceptos, explorando las vastas posibilidades del territorio de la computación, etc. En Roma esas novedades ya no sorprenden a nadie, a nadie le interesa transgredir nada. Y no porque se haya compartido esa experiencia, sino porque el habitante de Roma posee, antes de todo, una profunda intuición que lo salva de esa confianza ingenua. En Roma se sabe, más que nada la clase media y alta, que ni la cultura occidental ni ninguna otra (sobre todo ninguna otra) puede proponernos algo nuevo, léase esencialmente nuevo. No se ha arribado a tal conclusión como resultado de extensas y agotadoras lecturas, no (sólo una escasa minoría visita las grandes bibliotecas), sino por una poderosa intuición quizás reforzada por la experiencia del fracaso cotidiano de sus vecinos; los habitantes de Roma saben que ellos han creado el Occidente y esperan que el Occidente regrese a ellos. Es esta sabiduría la que contamina las calles orientándolos en el quehacer (qué hacer) cotidiano. Para citar sólo un ejemplo: mientras en algunas ciudades se escucha hablar del alto nivel del consumo como un problema, en Roma se ha asumido ese destino con total libertad.

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