| La Habana: El dilema de ser 'palestino' |
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| por JORGE OLIVERA CASTILLO |
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"Oye compay, aquello etá que alde, la plata peldida y la jama no se encuentra fácil, por otra palte, la policía dando batonazos por la libre, y pa' que contalte de la multa y la cárcel. Por eso etoy aquí, en la lucha hata que Dio quiera". En tales términos transcurrió la confesión de Luis, nacido bien lejos de Cisjordania y, sin embargo, bautizado como "palestino" en Cuba —su historia y la de muchos como él guarda puntos de contacto con los azares de la población de aquel territorio árabe.
Decenas de miles de "palestinos" viven en la capital a pesar de la existencia de leyes que penalizan los asentamientos poblacionales, hoy extendidos por disímiles localidades urbanas y rurales de la zona occidental del país. En ésta —según opinan con determinación— se sobrevive, los empleos son mejor pagados y el perfil de la delación es menor, hecho que permite probar suerte en el mercado negro, algo rutinario y de obligada práctica en la Isla.
El desalojo y las deportaciones no amilanan el deseo migratorio; casarse con un habanero(a) es una de las tácticas utilizadas para coronar con éxito la residencia permanente. Sobornar a policías o, en su defecto, a funcionarios a cargo de cuestiones relacionadas con el fondo habitacional, son otras de las vías para burlar los obstáculos.
A Pedro Antonio no le preocupa enfrentar las investigaciones de algún gendarme sobre su lugar de origen; es cierto que nació hace 37 años en una intrincada zona de Holguín, a más de 700 kilómetros de Ciudad de La Habana, pero lleva un lustro residiendo en un apartamento a pocas cuadras de la Plaza de la Revolución. Para alcanzar sus propósitos, contrajo nupcias con una prima.
El anecdotario desborda la imaginación y la carga de desgracias pesa demasiado en un escenario que pudiera quebrar. La avalancha de "refugiados" no se detiene pese al rigor represivo, y al destierro antecede la batalla campal, cuando pierden todo valor súplicas y explicaciones a las autoridades.
Largas condenas carcelarias, apaleamientos, multas e inmolaciones matizan los desahucios, en los que participan tropas antimotines y supervisores de los Comités Municipales del Partido Comunista y de la Asamblea del Poder Popular.
La prensa oficialista nulifica la constancia de los sucesos, en los que la brutalidad adquiere dimensiones de escándalo. Si acaso, lanza un manto protector sobre los uniformados y sus acólitos de las máximas instituciones gubernamentales. Al calor de la desproporcionada correlación de fuerzas, el desafío abarca un amplio espectro, sin descartar los sangrientos desenlaces que afectan a familias enteras, incluidos niños, mujeres y ancianos.
Quedarse en La Habana es un imperativo que esclarece la desesperación de miles de personas condenadas a un universo de racionamientos y represiones.
Por estos días, los medios informativos del mundo entero y, por supuesto, los de aquí, reflejan el drama que envuelve a palestinos e israelíes, con su estela de muerte y destrucción. Alarma lo que sucede en Nablus y Ramállah, o en Tel Aviv con los actos terroristas. No obstante, lo que se percibe con regularidad en Cuba es el destino espinoso y amargo de los "palestinos" de Palma Soriano y Baracoa, de Mayarí y Guantánamo, relegados a morir de pena y desesperanza en la quietud del anonimato.
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