Lunes, 01 abril 2002 Año III. Edición 334 IMAGENES PORTADA
Desde...
El pop-castrismo

Guerra Fría, vírgenes negras y Fords descapotables: haciendo pasado en la isla del abuelo 'Paco'.
por EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York  
F. Castro
En busca del tiempo perdido: la simbología
revolucionaria

Todavía pueden verse en algunas paradas de ómnibus en los alrededores de Port Authority Station, en la 8va y 42 en Manhattan, las imágenes que promocionaron la película que Showtime pasó acerca de la vida de Fidel Castro, y que tanta polémica provocó dentro del exilio cubano. Muestran la silueta de un hombre joven disfrutando un habano que se ha consumido hasta la mitad. No se utilizan detalles, se trata básicamente de una figura plana y sencilla, sin más información que los contornos de un cuerpo. Y, sin embargo, cualquiera sabe que se trata del caudillo cubano.

En las contiguas plazas del Herlad y el Times se pueden encontrar también promociones de viajes a la Isla, donde no faltan los mensajes ideológicos entre las tentaciones visuales de playas, "vírgenes negras y galanes blancos" (ver el poema Isla famosa, de José Martí), comidas exóticas y veleidades de un paradisíaco "pasado vigente": viejos autos marca Ford, Mercury o Chevrolet, cabaret estilo años 50, modas de posguerra.

El presente de Cuba es hoy el pasado de mucha gente en Norteamérica; contiene simbólica y prácticamente muchos elementos de la forma en que se vivía aquí hace medio siglo. Por esta razón se trata, en rigor, de un "turismo rejuvenecedor": se va a Cuba a experimentar un reencuentro con la juventud perdida. Lo que es un museo en la Isla, lo que se exhibe y protege en anaqueles y vitrinas, no es el pasado sino el futuro. Y esto también concierne a la política.

Fidel Castro es aún el rival de Kennedy; alguien sobre el que se especula si ha ganado o perdido con su muerte; un protagonista de la Guerra Fría. El abuelo de la política norteamericana y de la política soviética está en El Caribe, por eso se le consulta y, hasta cierto punto, se le respeta. Cuando las delegaciones de los países enrolados en las tensiones de la crisis de los mísiles viajan a La Habana para dirimir cuestiones históricas, se encuentran que en la Isla la Historia no es historia sino presente absoluto; el pasado es cosa de todos los días y se recrea según los estados de ánimo de quien lo representa.

Es curioso ver a los académicos y politólogos extranjeros esgrimir apuntes y notas de archivo que demostrarían, acaso, alguna posición reveladora en la toma de decisiones; y asistir de pronto a un Fidel Castro, el archivo viviente, que rectifica: "Sí, en esa carta (Kennedy o Krushov) afirma tal cosa, pero después hablamos por teléfono otra"; o: "Bueno, usted no puede decir que eso era lo que yo pensaba basándose en tal documento, porque cuando yo lo escribí estaba tratando de inclinar una balanza...", etc.

El ambiente que forman los kioscos neoyorkinos con imágenes del caudillo y la Plaza de la Revolución congestionada, las camisetas con su imagen inconfundible, las declaraciones televisivas favorables al régimen socialista y demás, muestra que una parte de la opinión publica norteamericana es favorable a Fidel Castro. Y entonces surge la pregunta: ¿Por qué un enemigo de los Estados Unidos genera simpatía en una parte de su propia población? La respuesta es compleja y amerita un estudio multilateral extenso, pero vale la pena aportar algunos índices.

En primer lugar, la enemistad de Fidel Castro con Norteamérica es algo que debe pensarse con más cautela. Hay suficientes elementos que demuestran que el tal "enfrentamiento a los yanquis" no significa más que una querella verbal combinada, por debajo, con el ofrecimiento de todo tipo de garantías a través de los métodos de la diplomacia secreta. Según se ha visto, el ejército de La Habana ha ofrecido total colaboración a los militares norteamericanos encargados de la custodia de los prisioneros talibanes en la Base de Guantánamo, y la Policía Nacional Revolucionaria colabora con el FBI en el esclarecimiento de las extrañas muertes de unos turistas de Hialeah en la Isla.

El Departamento de Estado ha desclasificado documentos de los primeros años de la Revolución que contienen cartas y esquelas enviadas por diversos personajes y gente sencilla del momento a la Oficina de Intereses norteamericana en La Habana, en los que se comprueba una comunicación bastante óptima.

En cualquier caso, Fidel Castro no es un enemigo de Norteamérica, sino un disidente. A diferencia de Mao, Stalin, Kim Il Sum, Kadafi, Hussein o Bin Laden, que son ajenos a los valores de la cultura americana, Fidel Castro es una suerte de Bob Dylan de la política, un majadero que desde el sur de los Estados Unidos se inserta en la cultura americana a través de la contestación, por eso su imagen es utilizada por aquellos que, en la propia Norteamérica, quieren expresar algún tipo de descontento con ella. Es un pop product rapeable o rockeable en cualquier discurso de mortificación. Fidel Castro contestará a los norteamericanos, incluso los ofenderá, pero eso es funcional en la lógica de una cultura capaz de nutrirse hasta de sus propias corrosiones.


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