Antes de 1959, uno de los slogans más famosos decía: "Conozca a Cuba primero y al extranjero después".
Entonces, cualquiera que tuviera el dinero y no tuviera cuentas pendientes con la justicia, podía sacar un billete y viajar. El destino número uno era Estados Unidos, sobre todo, la Florida y Nueva York. Padres de familia de relativamente modestos recursos iban a Miami a comprar ropa y zapatos para todos en la casa. Había quien hacía las compras en un día, dos a lo sumo.
Pero también era una época en que recorrer la Isla era posible. No había problemas para sacar un pasaje en un ómnibus interprovincial –la flecha de oro era uno de los más populares– ni para hospedarse en un hotel en caso de no tener parientes en el pueblo.
Cuando venían las vacaciones, cientos de niños y adolescentes nacidos en la capital iban a visitar a tíos y abuelos en el interior. A veces, para mayor regocijo, eran familiares que vivían en fincas, en pleno campo. Era común que los provincianos aprovecharan el receso escolar para darse una vuelta por La Habana, que era una sola y no estaba dividida en dos: urbana y agrícola. Es cierto que había muchísima miseria. A Pinar del Río le decían la Cenicienta, por lo atrasada que estaba en muchos sitios. Oriente seguía siendo un lugar remoto, pero para ningún cubano era impedimento ir a Gibara y Baracoa o ellos venir a ver el Capitolio o el Malecón.
No existían el carné de identidad ni los comités de defensa ni la infinidad de controles creados por una revolución que supuestamente llegó para que los cubanos pudiéramos viajar libremente dentro de nuestro país y también hacia el mundo.
No hay cifras oficiales, pero no es exagerado escribir que ocho de cada diez ciudadanos que abandonan su patria se van sin haberla recorrido. No por falta de deseos, sino de posibilidades.
Porque si algo crítico ha habido en estas largas décadas ha sido el transporte. Casi siempre ha faltado el combustible y también los vehículos. Difícil es trasladarse por razones personales o de trabajo de un lugar a otro. Carretera, tren, avión: todo es azaroso, complicado. Costoso en tiempo y dinero.