Viernes al mediodía. Tocan a la puerta y abro. Es una amiga. Viene con una banderita cubana de papel. Una guagua la dejó en la Plaza Roja, a media cuadra de mi casa. Viene de desfilar frente a la Oficina de Intereses y aprovechó para hacerme la visita y, de paso, tomar agua y café.
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Manifestación en La Habana |
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Estoy escogiendo arroz en la mesa del comedor. Se sienta y empieza a hablar de lo que hace tiempo sé: "Yo no estoy con esto, pero tú sabes, mi amiga, tengo que ‘marcar la tarjeta’. Sobre todo ahora, que me apunté a ver si me dan casa". Pone la banderita en la mesa y mientras conversa, me ayuda a limpiar el arroz, sucísimo, de la cuota.
Me cuenta lo que, según ella, es el último chiste:
– ¡Sabías que al puerto llegó un barco de Estados Unidos cargado de comején?
– ¿Sí? ¿Para qué?
– Para que se coma las mesas redondas.
Me cuenta otro:
– ¿Sabes qué le dijo el dólar a Fidel?
– No –respondo.
– "¿Por qué tú me quieres tanto si yo soy malo cantidad?"
(Este es el estribillo de una canción de moda interpretada por el popular músico Carlos Manuel).
Dice mi amiga que tanto unos como otros están haciendo el paripé. Que el Gobierno sabe que la gente va obligada a las movilizaciones pero que si, un día, a los americanos se les ocurre abrir el banderín y dar más visas de las 20 mil concedidas anualmente, la molotera que se va a formar por el Malecón va a ser más grande que la de hoy.
Ella también sueña con irse algún día de Cuba. Pero no tiene cómo ni adónde. "Lo de menos es que soy negra y que ya cumplí los 50, sino que no tengo a nadie afuera". Se despide. Antes de irse busco una bolsa y le regalo un poco de arroz, porque a ella ya se le acabó. Vive sola, pero nadie, por muy poco que coma, puede aguantar todo un mes con las 6 libras que tocan. La banderita queda olvidada sobre la mesa.