Viernes, 24 enero 2003 Año IV. Edición 541 IMAGENES PORTADA
Rapidísimas
Tony y Miñoso

Dos de nuestros más extraordinarios peloteros aparecen entre los 26 candidatos a ser nominados al Salón de la Fama.
por ALBERTO ÁGUILA, Miami  
Tony Oliva
Tony Oliva

En 2002 la mayoría de los peloteros cubanos en Grandes Ligas no produjeron noticias impactantes. Sin embargo, el primer mes de 2003 pudiera coronar las carreras deportivas de los ilustres Orestes Miñoso y Tony Oliva, dos de nuestros más extraordinarios peloteros, quienes aparecen entre los 26 candidatos propuestos por el Comité de Veteranos para ser nominados al Salón de la Fama del Béisbol. De ser así, Cooperstown acogería a dos cubanos que brillaron con luz propia en la segunda mitad del siglo XX.

Miñoso fue uno de los seis primeros jugadores negros que participó en Grandes Ligas, poco tiempo después de que en 1949 Jackie Robinson hiciera trizas una barrera infranqueable para los del color más oscuro. No sólo tuvo en contra a los mejores serpentineros de aquella gran década (1945-1955), sino que le tocó sufrir en su pellejo la absurda discriminación racial —que hoy en día parece un cuento, ya que los mejores salarios y la mayor popularidad son precisamente para los jugadores sepias— de aquellos pitcher rubios y ojiazules, los cuales no podían soportar que "un nigger" les cayera a palos y les robara las bases en un abrir y cerrar de ojos, por lo que para cobrar la osadía le caían a bolazos en medio del silencio cómplice de los árbitros. Tantos fueron los "desboles" que le propinaron, que todavía hoy sus 189 aparecen como récord.

Durante los 14 años que se mantuvo activo, Miñoso archivó numerosos lauros, que le llevaron a intervenir en siete Juegos de Estrellas. Y es que "Minnie" fue un pelotero fuera de serie, que cautivó a la gran fanaticada de Chicago y Cleveland, lo cual le convirtió en un verdadero ídolo a lo largo de toda la década de los cincuenta. Destacó notablemente por su bateo natural hacia todas las bandas, con una asombrosa velocidad y agresividad en las bases, generalmente como jardinero izquierdo y tercer bateador en todas las alineaciones de los equipos donde militó. Nació en Perico, Matanzas, el 29 de noviembre de 1922, y desde que saltó de las filas amateurs fue una verdadera atracción de taquilla; primero en la Liga Cubana, después en la Gran Carpa y posteriormente en México, donde se desempeñó como manager-jugador durante nueve temporadas. Mucho antes, entre 1946 y 1948, sobresalió en las Ligas Negras con el equipo New York Cubans. En su prolija carrera una de las fechas más recordadas es mayo 8 de 1983, cuando el número 9 de su uniforme fue retirado de la lista del Chicago Medias Blancas, uno de los honores máximos que puede recibir un deportista.

En cuanto a Tony Oliva, es una verdadera lástima que la afición cubana no le pudiera ver en acción, debido a la erradicación del profesionalismo después de 1960, lo que motivó que el pinareño tuviera que viajar a Estados Unidos con un pasaporte de su hermano Antonio. Su ascenso a Grandes Ligas fue esperado con ansiedad por los dueños del Minnesota, porque el muchacho iba repleto de credenciales. Le cayó a palos a cuanto pitcher encontró, incluso al incorporarse a la Gran Carpa: allí tampoco creyó en nombres y le fue arriba a todos los lanzadores zurdos o derechos de la Liga Americana.

Su debut con los Mellizos, en 1964, fue por todo lo alto: líder en bateo con promedio de 323, primero en hits con 217; disparó 43 tubeyes, 32 jonrones y 94 impulsadas, que le llevaron a ganar la distinción de Novato del Año. Esa corona de bateo la consiguió también al año siguiente, con average de 321, y no la repitió en 1966 por fracciones de puntos. No obstante, seis años después se colgó el título nuevamente, con 337 de promedio. Según cuentan los lanzadores cubanos de su época, nunca tuvieron enfrente a un bateador de tanta habilidad con el madero entre las manos. Bateador zurdo de gran potencia, no tenía una bola definida sobre la cual descargar su poderío, y tanto fue su calibre que fue seleccionado para el Juego de las Estrellas durante sus primeros ocho años en Grandes Ligas. Tercer bateador fijo en el roster de su novena, era muy bueno a la defensiva, en el jardín derecho, al extremo de que en 1966 se llevó el Guante de Oro. Lamentablemente, en 1971 se lesionó una rodilla, lo que le llevó a desempeñarse exclusivamente como bateador designado. Su carrera de 15 años en las Mayores es superior a la de muchos que aparecen en la tarja de Los Inmortales, con sus 304 de average, 329 dobles, 48 triples, 220 cuadrangulares y 946 impulsadas.

Si Miñoso y Oliva logran ser elegidos para el nicho famoso, acompañarían a los otros dos hijos de la patria de José Martí ya establecidos en el templo: los rutilantes Martín Dihigo y Tany Pérez, hasta ahora las máximas glorias de Cuba en el deporte de las bolas y los strikes.


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