El Rey se va a Tampa |
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Bajo el signo de la duda: Los Mets ceden a Ordóñez al equipo más humilde de las Grandes Ligas. |
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por JORGE EBRO, Miami |
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Más allá de las conversaciones navideñas, en Nueva York no se habla de otra cosa que del traspaso de Rey Ordóñez de los Mets a los Devil Rays de Tampa Bay. Es como ir de lo grande a lo pequeño, de lo sublime a lo ridículo, de lo claro a lo oscuro, del todo a la nada. Así de compleja es la situación del short stop cubano.
Ordóñez no había conocido otro equipo desde que debutó en las Grandes Ligas con los Mets, en 1996. Allí sentó cátedra con sus fildeos espectaculares, que le llevaron a ganar tres Guantes de Oro, el principal premio que se otorga a los mejores defensores de la temporada.
Llegó a convertirse en uno de los jugadores mimados de los neoyorkinos y en cierta ocasión estuvo 109 partidos consecutivos sin cometer pifias. Todo parecía ir viento en popa, pero la suerte comenzó a darle la espalda en la campaña anterior, cuando cometió 19 errores, la mayor cifra desde su primer año en la Gran Carpa.
Su bateo, nada del otro mundo, se hizo más precario en 2002, al conectar sólo para 254, con un cuadrangular y 42 impulsadas. De un momento a otro, comenzó a ser señalado como uno de los principales culpables de la debacle de los Mets en la campaña, un equipo que se sobredimensionó de estrellas y que, sin embargo, protagonizó uno de los principales fiascos del año.
En cierto momento, Ordóñez tildó de estúpidos a los fanáticos de la Gran Manzana y recibió una andanada de críticas en los tabloides. Ciertamente, el habanero se puso en una posición no muy favorable, especialmente porque luego de 2003 se convertiría en agente libre y los equipos no son muy favorables a renovar con un mismo pelotero durante varios años, sobre todo si no son superestrellas.
Los Mets se cansaron de Ordóñez. Además, dentro de su sistema de sucursales en Triple A iban nutriendo y formando a un prospecto venezolano llamado José Reyes, quien deberá subir a las Grandes Ligas en algún momento de la próxima contienda. De modo que los días del cubano en Nueva York ya estaban contados.
Nueva York es el principal mercado del béisbol en Estados Unidos. El que juega en Nueva York juega en todo el país, en todos los hogares, es visto por todos los fanáticos y sus valores suben como la espuma, comparable con las estrellas de Hollywood. En Tampa Bay es otra cosa... muy distinta, incomparablemente distinta.
Los Devil Rays son el equipo más pobre —en cualquier sentido de la palabra— de las Grandes Ligas, y poco o nada se espera de ellos. La televisión es sólo de cobertura local, los aficionados acuden en pocos millares y nunca, pero nunca, Tampa Bay ha podido salir del sótano dentro de su división y dentro de la Liga Americana.
La única nota positiva que encontrará Ordóñez a su llegada a Tampa es la presencia del nuevo manager, Lou Piniella, quien cansado de la lejanía de su hogar dejó a los Marineros de Seattle, uno de los mejores equipos de los últimos tiempos.
Muchos, que trataron de prevenirle en su momento, han dicho que Piniella ha enterrado su carrera con esta decisión, pero él está dispuesto a sacar una vara mágica de algún lado para darle un vuelco a la situación desesperada de una franquicia moribunda, que ha sido calificada como un error de Triple A dentro del béisbol de lujo.
A Ordóñez lo único que le queda es sacar toda su dignidad deportiva a flote y sacudir bien su guante para provocar nuevos asombros que despierten el interés de otros equipos de más lustre, con los cuales proseguir una carrera que, si en un momento fue brillante, hoy se encuentra bajo el signo de la duda.
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