Martes, 09 abril 2002 Año III. Edición 340 IMAGENES PORTADA
Deporte
Premio a la obediencia debida

De cómo el boxeo amateur cubano se debe al Gobierno y de cómo el boxeador Solís no pudo deberse a sí mismo.
por JORGE EBRO, Miami  
Alí
Ídolo del boxeo profesional Alí

Como era de esperar, la escuadra cubana de boxeo regresó cargada de títulos dorados de su tradicional gira de primavera por tierras europeas, para demostrar que la escuela antillana sigue siendo la mejor del mundo amateur, o cabría decir, de lo que queda de éste.

En los tres torneos que comprendió el periplo, el Strandhza, el Usti Nad Labem y el Halle, los púgiles cubanos terminaron con 18 preseas doradas, cinco de plata y cuatro de bronce. En tales eventos participó lo que más vale y brilla del boxeo contemporáneo no rentado.

A no dudarlo. Los cubanos vieron en el Viejo Continente a las mismas caras con las que cruzarán guantes en el Campeonato del Mundo y los Juegos Olímpicos. De modo que quien da el primer golpe tiene más derecho a aspirar a la victoria en el futuro.

Hasta aquí la crónica puramente deportiva.

En una reciente reunión en el Instituto Nacional de Deportes, su presidente, Humberto Rodríguez, alabó, mucho más que las medallas de los boxeadores, el que uno de ellos hubiera rechazado una propuesta de "deserción", que es el nombre con que el Gobierno cubano califica una propuesta para pelear en el pugilismo de paga.

Por supuesto que todo el mundo tiene el derecho de aceptar o rechazar propuestas. Es el derecho que da la vida, y en un sentido más estrecho, la democracia. Al menos la personal, que de la social poco puede hablarse. Pero, sinceramente, la alharaca no era necesaria.

"Estos son nuestros verdaderos campeones. No sólo ganadores de medallas, sino ejemplos de dignidad", consignó el presidente del INDER, para echar por tierra cualquier mérito de los "campeones de mentira". Esos que también sudan la camiseta, tal vez más, para darle gloria a Cuba, aunque sean considerados traidores.

Cada vez que Diosvelys Hurtado, o Joel Casamayor, o Ulises Castillo, o Juan Carlos Gómez triunfan sobre un cuadrilátero, dedican su primer pensamiento a Cuba, a su familia. Y es un pensamiento puro, sin la mediación artificial de la política.

Es cierto que esos campeones profesionales pelean, para decirlo de algún modo, en su propio beneficio. Es cierto también que ganan bolsas, más o menos jugosas, pero jamás dejan de pensar en Cuba y de dedicarle el éxito a su patria, aunque no a su Gobierno y requetemucho menos al Partido, como es menester por aquellos lares.

Es sospechosa la importancia que se le achaca a la negativa de Solís. Un hecho que debería haber permanecido para contemplación íntima de un hombre es dado a conocer con bombos y platillos en un momento en que las deserciones han golpeado fuertemente a varias disciplinas.

Solís es un excelente boxeador. Alto, fuerte, también es ágil y su pegada puede decidir un combate en cualquier momento. El habanero ha tenido la responsabilidad de suplir al tres veces campeón olímpico Felix Savón y lo ha hecho extremadamente bien, al punto de coronarse titular del orbe.

No se sabe quién la hizo, ni de cuánto fue la propuesta a Solís en Europa, y es muy probable que él no haya tenido la intención de divulgarla a los cuatro vientos, pero en las delegaciones deportivas cubanas en muchas ocasiones viaja más personal burocrático y de seguridad que el relacionado con el mundo del músculo, y se sabe de la férrea vigilancia que las caracteriza. Secreto entre dos no es secreto.

De haber aceptado la propuesta, Solís pudiera haberse labrado un nombre en el pugilismo rentado, aunque no siempre el talento se traduce en riqueza rápida y perdurable. Pero hubiera, eso sí, alcanzado más renombre que en un boxeo amateur plagado de escándalos y que cada día pierde más popularidad en el mundo. Él se lo pierde.


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