| Mire a la cámara, por favor |
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| por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami |
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A partir del 20 de diciembre y hasta el 15 de enero, se podrá ver de nuevo en el Fort Lauderdale Museum of Art la exposición Contemporary Cuban Photography: A Panoramic View. La integran setenta y cinco trabajos pertenecientes a treinta y siete artistas cubanos de dentro y de fuera de la Isla, y para organizarla, su curador, Jorge Santis, se basó en la colección permanente del museo, a la que se sumaron las nuevas adquisiciones.
Las imágenes más antiguas que se incluyen en Contemporary Cuban Photography están fechadas en el emblemático año de 1959; las más recientes, en 2001. El visitante puede ver así fotos de los legendarios Alberto Korda y Raúl Corrales, que reflejan la euforia revolucionaria de los años iniciales. Del primero se expone su excelente El Quijote de la farola, en la que la figura de un campesino que está subido en un poste del alumbrado público habanero sobresale en medio de un verdadero mar de personas y banderas cubanas. A Corrales pertenece otra imagen significativa de ese período, La boda del miliciano. La gama de temáticas, estilos y medios es, no obstante, muy variada, y junto a los fotorreportajes y los retratos, podemos hallar collages, sobreimposiciones y tratamientos más libres de los negativos. Eso tiene que ver, a su vez, con la presencia de representantes de tres generaciones de fotógrafos en la nómina de los que participan en la muestra: Manuel Piña, José Manuel Fors, Enrique de la Uz, María Martínez-Cañas, Mario Algaze, Lázaro A. Miranda, José Antonio Figueroa, Arturo Cuenca, Gori, Tony Mendoza, Marucha, Silvia Lizama, Eduardo del Valle, Mirta Gómez, Luis Mallo, Ana Mendieta, Tomás López, Elizabeth Cerejido, Eduardo Aparicio, Juan Pablo Ballester, Andrés Serrano, Luis Gispert y Carlos Betancourt, los tres últimos norteamericanos hijos de cubanos inmigrantes.
El montaje, concebido con sensibilidad e inteligencia, no sigue el tradicional orden cronológico. De hecho, la exposición se abre con una foto ya clásica de Manuel Piña, Brincando el charco, que pertenece a la serie que el artista tomó en 1992. En ella se ve a un hombre que se está lanzando al mar en una frágil balsa desde el malecón habanero, como una imagen elocuente de la tragedia y la desesperación del país. Otro trabajo, éste de Tomás López, recoge a Elián González, a quien, como en ¿Dónde está Wally?, hay que buscar atentamente entre un grupo de niños. La mirada crítica a la realidad de la Isla se vuelve, en ocasiones, muy sutil, y casi hay que leerla entre líneas. Algo que, en el caso de los artistas cubano-americanos, se manifiesta a través de ese tono de tristeza que, en opinión del curador, hay en sus fotos.
Otros artistas, en cambio, abandonan esa línea realista que ha hecho de la fotografía la más mimética de las artes, y prefieren transitar por vías más imaginativas y experimentales. Un buen ejemplo de esa corriente es Carlos Betancourt, quien firma la obra que ilustra estas líneas. Similar uso del cuerpo humano hace Eduardo Aparicio, en quien son evidentes las alusiones eróticas. Marta María Martínez Bravo y Juan Carlos Alom se interesan por la metamorfosis del cuerpo. En una obra de línea conceptual, la primera transforma el suyo en un bote de remos, mientras que el segundo recrea a un hombre que se convierte en árbol. Otra es la mirada de Andrés Serrano, quien en La Morgue presenta un cadáver cubierto de vendas que sugiere la figura de Cristo. Por su parte, Silvia Lizama se acerca al paisaje, al igual que Carlos Garaicoa, quien descubre en unas ruinas de La Habana perspectivas que parecen salidas de un cuadro cubista.
La fotografía cuenta en Cuba con una larga y distinguida tradición (según Marucha, incluso más antigua que la de Estados Unidos). Contemporary Cuban Photography: A Panoramic View viene a confirmar la calidad y riqueza que esa manifestación mantiene en nuestros días.
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