Cuerpos desnudos, lechos ardientes |
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por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami |
Parte 1 / 2 |
Según comenta Víctor Fowler en el breve texto introductorio con que la presenta, recopilar todo el material que conforma las cerca de cuatrocientas páginas de la antología La eterna danza (Letras Cubanas, La Habana, 2000) es el fruto de casi cinco años de trabajo. Una vez editada, hay que decir, ante todo, que fue un tiempo muy bien empleado, pues el resultado de su paciente y acuciosa investigación es realmente admirable: un panorama de la poesía erótica escrita por cubanos que cubre desde el siglo XVIII hasta nuestros días.
Suele repetirse que en las letras hispanoamericanas el erotismo fue siempre un valor trasgresor y subversivo, razón por la cual su ausencia fue, durante siglos, muy notoria. La afirmación es cierta si comparamos aquéllas con otras como la francesa, que cuenta con una rica tradición que abarca varios siglos. Pero si se toma en cuenta que, en ese sentido, en nuestra lengua contamos también con un cuerpo literario que no se reduce a tres o cuatro autores y a unos pocos textos aislados, entonces se convendrá en que ese juicio exige ser matizado. Otra cosa bien distinta es que la mayoría de esos autores y esas obras apenas se han divulgado, debido a que quedaron excluidos del discurso canónico a partir del cual se han escrito las historias de las literaturas. Algunos ejemplos pueden ilustrar esa marginación. Félix María Samaniego, a quien desde niños conocemos a través de sus fábulas didácticas y moralizantes, es autor de todo un libro de poemas narrativos de carácter satírico y festivo, El jardín de Venus y otros jardines de verde hierba, en donde trata con plena libertad los asuntos eróticos. Por esos mismos años, Nicolás Fernández de Moratín escribió su Arte de las putas, verdadera enciclopedia en verso de las costumbres sexuales de la sociedad española de su tiempo. En este lado del Atlántico, hallamos antecedentes tan lejanos como el soneto A unas piernas, del mexicano Francisco de Terrazas (¿1525-1600?). Y quien se tome el trabajo de revisar las obras de Jorge Isaacs, Salvador Díaz Mirón, Rubén Darío, Baldomero Fernández Moreno, Julio Herrera y Reissig, José Asunción Silva, Evaristo Carriego, Efrén Rebolledo o Leopoldo Lugones, descubrirá que, en muchas ocasiones, se acercaron al erotismo de un modo explícito y desprejuiciado, asumiéndolo como lo que en realidad es: un componente esencial de la vida del ser humano.
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