Viernes, 15 noviembre 2002 Año III. Edición 495 IMAGENES PORTADA
Con ojos de lector
Pasión por la escritura

por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami  
Libros

La Librería Agartha Secret City, de Miami, acogerá el viernes 15 de noviembre, a las 7:30 pm, un homenaje a Amando Fernández (1949-1994), una de las vocaciones poéticas más intensas y admirables que ha conocido nuestra literatura en estas últimas décadas. En la actividad, en la que se distribuirán ejemplares de varios de los libros del escritor, participarán los poetas Carlos A. Díaz Barrios, Reinaldo García Ramos, Orlando González Esteva y Manuel Santayana.

Amando Fernández, cuya brillante trayectoria se vio interrumpida por su prematura muerte, es un ejemplo de poeta de vocación tardía (publicó su primer libro a los treinta y cinco años), aunque compensó ese retraso con una notable fertilidad y con la entrega absoluta a una vocación a la que, hasta el final de su vida, fue fiel. Gracias a esa irrefrenable pasión por escribir, acumuló una considerable obra, que se vio reconocida por varios premios internacionales. Mas por encima de todo, queda su corpus poético de una abrumadora calidad, que constituye un modelo de coherencia, compromiso existencial, continuidad sin desfallecimientos y búsqueda permanente. E incluso más allá de sus libros, Amando Fernández dejó además una lección perdurable, al asumir el quehacer poético como un destino trágico que vivió —al decir de Armando Álvarez Bravo— de manera sacerdotal.

El poeta Orlando González Esteva, que trató a Amando Fernández y disfrutó de su amistad, comenta acerca de este homenaje: "No puedo recordar a Amando sin pensar en su vocación, en el descubrimiento de su vocación como un arma para sortear y enfrentar la muerte. Más allá de la excelencia de muchos de sus versos, es esa pasión por la poesía, ese aferrarse a ella como una posibilidad de sobrevivir y de sobrevivirse, lo que más me conmueve. Cualquier reconocimiento a su obra es un reconocimiento a esa fe en la escritura, a esas largas, larguísimas horas en que, en medio de los terribles malestares que le ocasionaba su enfermedad, volvía al verso, insistía en el verso, como buscando una tercera opción, como seguro de que no todo podía reducirse a la vida que comenzaba a abandonarle y a la muerte que tocaba a la puerta".

Carlos A. Díaz Barrios fue, además de su amigo, el editor de cuatro poemarios de Amando Fernández: Museo natural, Lingua franca, El minotauro y Ciudad, isla invisible. Al recordar al autor de El riesgo calculado, expresa: "Amando escribió siempre delante de una mesa con cartas marcadas y un final terrible. Bajo el poniente estaba jugando con las mejores armas del corazón. Solo jugaba y el aire de la belleza se sentaba a su lado a ayudarle a perder el juego. Pero al final salimos ganando. Amando Fernández se levantó de la mesa, pero se quedó la poesía ganándole a la muerte. Qué más se puede pedir, qué más se puede recordar de su genio. El maravilloso poeta que es. El que voló sobre el polvo y lo llenó de canción".

Por su parte, Reinaldo García Ramos escribe sobre la destacada trayectoria literaria del poeta: "En el breve lapso de siete años, entre 1986 y 1993, Amando Fernández emprendió y concluyó con rapidez uno de los más compactos y entusiastas proyectos creativos que se conozcan en la poesía cubana. Además de los tres libros póstumos que se publicaron (El riesgo calculado, Ciudad, isla invisible y La rendición), en esos siete años Fernández publicó doce libros de poemas y recibió siete premios internacionales de poesía, entre ellos el Premio Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez, otorgado en Huelva, uno de los más prestigiosos de la lengua española. En los doce poemarios escritos durante esos años, el poeta experimentó a toda prisa, pero con sigilo y precisión, una vertiginosa evolución estética y existencial. De un verso marcado por la herencia formal de los clásicos españoles, cuyas estructuras respetó y enriqueció con asombrosa convicción, Fernández fue avanzando infatigablemente hacia un lirismo cada vez más liberado de preceptos y hacia una expresión cada vez más desnuda, en la que todas las coordenadas formales y la riqueza de imágenes se fueron poniendo al servicio de su diálogo con la trascendencia. Sabiéndose enfermo, aceleró su transcurso por las etapas de su propia evolución como poeta y en sus libros se perfila con nitidez esa aspiración: buscaba despojarse cada vez más de sus ataduras circunstanciales para iluminarse a plenitud con la contemplación de su propio final".


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