Lunes, 14 octubre 2002 Año III. Edición 471 IMAGENES PORTADA
Con ojos de lector
Algo más que simples carteles

por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami  
Portada

Bajo el título de ¡Propaganda! Cuban Political and Film Posters 1960-1990, en la galería de la New World School of the Arts, de Miami, se presenta esta semana una muestra que permite echar una ojeada retrospectiva a una manifestación que, a partir de 1959, cobró en la Isla un auge inusitado. Su curadora, la cubano-americana Maggy Cuesta, logró reunir ochenta carteles pertenecientes a colecciones privadas, lo cual si bien constituye una cifra exigua para una producción infinitamente más numerosa (un simple dato para ilustrar mi afirmación: en 1979 el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana acogió la exposición Mil Carteles de Cine), puede dar por lo menos una imagen de lo que ha sido el afichismo cubano en esas tres décadas.

Antes del 59, en Cuba era prácticamente desconocido el arte del cartel, que se reducía, como ha señalado Edmundo Desnoes, a "los pasquines políticos (dril cien y cara dura) y los anuncios de verbenas en tipografía de madera (pan y circo)". Su irrupción como forma artística comienza a partir de los sesenta, período que coincide a nivel mundial con el auge del afichismo. Los primeros carteles que llamaron la atención por su calidad estética y la novedad de su impacto visual, fueron los de cine. Quienes andaban a pie o viajaban en una guagua por las calles más céntricas de La Habana o Santiago poco a poco empezaron a acostumbrarse a ver unos carteles que, al principio, les resultaban desconcertantes, pues hablaban en un lenguaje que había que descodificar. Por ejemplo, el afiche de Antonio Fernández Reboiro que anunciaba el filme japonés Harakiri era una superficie blanca sobre la cual se destacaba una mancha roja que recreaba los cortes abdominales de esa tradicional forma de suicidio. Ese nivel de sobriedad y síntesis era, no obstante, uno de los muchos estilos que siguió este auténtico estallido artístico. Otros diseñadores, por el contrario, apostaron por la técnica del cómic, por el pop o por una línea mucho más abigarrada y colorista (pese a que se realizaban casi artesanalmente, en algunos casos se emplearon hasta treinta colores en un mismo afiche).

Por ese camino, sin embargo, se llegó en ocasiones a situar en un segundo plano la película que se anunciaba: en el afiche del documental de Santiago Álvarez Despegue a las 18, el título apenas se puede distinguir. De igual modo, se daba el absurdo de que un buen filme como Memorias del subdesarrollo tenía un feo y fallido cartel del español Antonio Saura, mientras que uno tan irrelevante como Siete hombres de oro daba pie a un atractivo afiche de Eduardo Muñoz Bachs. Pero más allá de esos detalles, es innegable que los carteles del ICAIC significaron un importante aporte en la educación visual de los cubanos; de objeto que cumplía una función comunicativa, pasaron a ser obras que se colgaban en las paredes de las casas. En la apertura de la muestra de la que aquí me ocupo, el diseñador Félix Beltrán se refirió a ello, al comentar cómo estos carteles se convirtieron en los cuadros de los pobres.

La influencia del afichismo cinematográfico también alcanzó a los carteles políticos. Durante los primeros cinco o seis años, éstos se habían mantenido dentro de un realismo pedestre y esquemático, lo cual se tradujo en una profusión de obreros y campesinos de cuerpo musculoso y amplia sonrisa, que levantaban un machete y una mandarria (versión tercermundista y caribeña de la hoz y el martillo) mientras proclamaban que "¡La Reforma Agraria va!". A partir de la segunda mitad de los sesenta, se empieza a entender que si se quiere comunicar mejor un mensaje hay que hacerlo con mayor calidad artística. Ejemplos de esta nueva concepción son dos obras que se pueden ver en ¡Propaganda!: el Cristo guerrillero, de Alfredo Rostgaard, y el magnífico cartel de Elena Serrano en el que la imagen del Che va irradiando el mapa de América Latina. Esto no significa que dejaran de hacerse carteles feos y panfletarios. El de la mano del imperialista Tío Sam atravesada por cinco clavos es un ejemplo mediocre de grafismo político que recuerda el peor realismo socialista de la etapa estaliniana. En una vertiente menos declaradamente ideológica, Félix Beltrán dejó algunas obras que son modélicas por la eficacia y sencillez de los símbolos y signos a partir de los cuales están hechas. Una de ellas es el cartel para divulgar la campaña de ahorro de electricidad, que se reduce a un rectángulo negro que tiene en el centro, en letras amarillas, la palabra clik.

El cartel es un instrumento propagandístico que ha demostrado que puede llegar por igual a grupos pequeños y sectores sociales más amplios. No es casual por ello que en Cuba se pusiera tanto empeño en promoverlo y desarrollarlo. "Comandante en Jefe, ordene"; "Primero dejar de ser, que dejar de ser revolucionario"; "Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos"; "Señores imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún miedo"; "Convertiremos el revés en victoria". Consignas como éstas se han repetido en decenas de afiches, haciendo que éstos, con su capacidad de constituir una verdad cerrada, un dogma que se sigue como una orden, contribuyan a inculcar una ideología unilateral. Una función propagandística que el título de esta exposición de carteles cubanos viene a resaltar.


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