Viernes, 04 octubre 2002 Año III. Edición 465 IMAGENES PORTADA
Con ojos de lector
La brevedad, una cortesía con el lector

por CARLOS ESPINOSA DOMíNGUEZ, Miami  
Portada

Aunque no faltan ejemplos sobresalientes de lo contrario (ahí está, para citar un caso, el de nuestro Lino Novás Calvo), son muchos los que defienden la brevedad como la característica distintiva del cuento. Jorge Luis Borges, quien no negó la calidad de algunas obras cuya esencia es inseparable de su longitud —"Las mil y una noches, diremos, o el Orlando furioso"—, prefería la narración breve, que se puede leer de golpe y nos da una sensación de plenitud. Y dejó, entre otras, esta definición del cuento: "es un breve sueño, una corta alucinación".

La brevedad es precisamente la nota común de los veintitrés cuentos que Juan Cueto ha reunido en Ex-cuetos (Ediciones Universal, Miami, 2002). El título mismo adelanta ya esa voluntad de someter las narraciones a un severo proceso de síntesis —la más larga ocupa unas siete páginas de letra más bien grande; la más corta no pasa de línea y media—, pero también el tono festivo y lúdico, otro rasgo del cual participan muchas de ellas. Asimismo, el volumen se abre con una cita de Günter Grass: "Hay cosas en este mundo que, por muy sagradas que sean, no pueden dejarse tal cual son", que Cueto suscribe y aplica en algunos textos, en los que su humor adquiere tintes más satíricos e irreverentes, y este es el tercer y último rasgo a resaltar en su obra.

Como él mismo sugiere en la, faltaría más, breve nota de la contraportada, en Ex-cuetos el autor recogió textos muy variados entre sí. Predominan los que pudiéramos llamar, con las reservas de rigor, puramente literarios: Capitoné; Clase de gramática, precios módicos; The Plot Thickens; Ficha de autor, poema y crítica; Assoluta. Junto a éstos, hay páginas como El tedio cotidiano de las horas; Las primas de la noche y La boba, que no disimulan su contenido autobiográfico y que, sin ser literariamente desdeñables, son las que menos funcionan como cuentos. Y no faltan, en fin, narraciones (La salida; Titular; Otros titulares) en las que Cueto paga su peaje a las temáticas políticas, algo a lo que los escritores cubanos del exilio parecen estar irremediablemente condenados. Pero en conjunto, el balance general es satisfactorio. Hay, en primer lugar, una nota de contención, pulcritud en la escritura y cuidado de no incurrir en concesiones al mal gusto y el facilismo, que es muy de agradecer. Y sobre todo, su lectura nos compensa con el aliciente de poder pasar un rato sanamente agradable, algo que, por desgracia, hoy es cada vez menos frecuente.

Abundan los cuentos en los que se toma como referencia a la propia literatura, lo cual, como en el caso de Ficha de autor, poema y crítica, le sirve a Cueto para lanzar sus dardos contra los malos poetas (peotas los llamó Julio Cortázar) y los falsos críticos. Otro ejemplo es La verdadera historia de Juan Cabrera, en donde hace un risueño juego intertextual con la novela de igual título de J. Joaquín Fraxedas, a quien está dedicado el texto. En su versión, el protagonista se lanza al mar en una balsa para reunirse en Miami con su esposa y es rescatado por una "capitana o tenienta" del Cuerpo de Guardacostas que resulta ser la amante de aquélla. Al final, todos terminan bailando y cantando "de acera en acera como tres chiquillos alocados", en la Calle 8 del Southwest. Muy divertido es también Assoluta, producto, según apunta el propio autor, de su "perenne asombro ante un fenómeno cronológico y artístico de nuestro tiempo". Narra la historia de una famosa bailarina que, a pesar de su avanzada edad, se empeña en continuar sobre los escenarios. "Pero los años son un monstruo invisible al que se puede combatir, mas no derrotar". Un día se le cae el brazo derecho durante una representación de Giselle. Luego, en otra, se le desprende del cuerpo la pierna izquierda. Meses después pierde el brazo izquierdo y unas semanas más tarde, la pierna derecha, esto sin contar con otros inconvenientes menores como el de la ceguera. Al final, sólo quedó de ella la cabeza, que puesta sobre un pedestal adornado con los atuendos y decorados de sus grandes éxitos, siguió arrancando aplausos frenéticos del público y elogios de la crítica mundial y se convirtió en "la estilización sublime de la danza: La Danza Inmóvil". Quiero destacar, por último, El regreso, en donde Cueto incursiona, con mucho acierto, en un registro muy distinto. Aquí el humor y la sátira son desplazados para dar paso a un tratamiento más serio, aunque igualmente imaginativo, de la realidad. Apenas una página basta al escritor para recrear el terrible drama de quienes, tras cuatro décadas de exilio, retornan a su país natal para cotejar memorias y recuperar sombras que presumían familiares, y descubren que "habían desembarcado en otra isla".

Ex-cuetos no es un gran libro, entre otras razones porque no pretende serlo. Uno de sus méritos, en mi opinión, es justamente su falta de pretensiones, su saludable humildad. Juan Cueto no ha pretendido deslumbrarnos con unos cuentos extraordinarios que aborden asuntos trascendentes, y supongo que tampoco piensa que con ellos va a hacer caer las estrellas. Pero ha creado un conjunto de narraciones correctamente escritas y bien contadas, en las que defiende su apuesta por una literatura entretenida. Lo cual es muy de agradecer en los tiempos que corren.


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