Martes, 30 julio 2002 Año III. Edición 420 IMAGENES PORTADA
Los libros
West Indies Ltd.

por C. E. D., Miami  
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Como aquí cuenta, el pintor Alberto Jorge Carol estableció con uno de los poemas del libro de Guillén una complicidad genética que hizo detonar en él un proceso creativo, una emotividad, una visión.

Una constelación de palabras bellas

Yo estudiaba en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán cuando leí en la recién publicada Antología mayor, de Nicolás Guillén, West Indies Ltd., libro que abre con un espléndido poema: Palabras en el trópico. Por aquella época yo leía mucha poesía, pero admiraba sobre todo a Pablo Neruda y a Guillén. Neruda era una invasión, un río crecido de imágenes turbulentas que me arrastraba consigo y me revolcaba contra las piedras del fondo una y otra vez, hasta que aprendí a respirar sólo ese oxígeno denso y muscular, más fiel a la esencia oscura y violenta del mundo. Guillén, en cambio, era una luz de muchas capas, a la vez asequible y desdoblada, desenfrenada pero sutil, transparente pero sorprendente.

El tiempo terminó derrumbando mi afinidad ideológica con aquellos poetas predilectos, pero no la capacidad de su poesía para hacerme pensar y, sobre todo, para emocionarme. Palabras en el trópico es, además, el poema que más ha influido en mi vida.

A principio de 1982, siendo profesor de la Academia de San Alejandro, desarrollé un ejercicio de expresión artística en el cual cada alumno debía escoger un poema y traducirlo libremente al lenguaje plástico. Quise predicar con el ejemplo y de todos los poemas de mi arsenal de ávido lector fue precisamente Palabras en el trópico el que sentí más propicio y estimulante. Mis alumnos cumplieron aquella tarea —algunos con brillantez— y pasaron a otra cosa. Yo, sin embargo, emprendí una serie de dibujos —desnudos y retratos— que luego se amplió al paisaje y a la pintura hasta sumar las cuarenta piezas de Trópico, mi primera exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, en noviembre de 1983. Desde luego que no se trataba de cuarenta interpretaciones del gran poema de Guillén, sino de algo más trascendente. Un texto que había releído muchas veces, en circunstancias disímiles, finalmente había detonado un proceso creativo, una emotividad, una visión, un camino que se venía gestando en mi espíritu sin que yo lo supiera. Esa vez el poema había sido más revelación de mí mismo que de sí mismo.

Es el desarrollo y la profundización de esa línea de trabajo, plasmados en nuevas exposiciones personales, premios y numerosas exhibiciones colectivas en Cuba y en el extranjero, lo que me hace alcanzar la madurez artística y me singulariza como pintor. Éxito y estilo, en mi caso, tienen con West Indies Ltd. y, en particular, con Palabras en el trópico, una complicidad genética.

Éxito, estilo y también exilio, ya que debo a mis Trópicos el interés de varios dealers de arte extranjeros, hasta que por fin se concretó la exposición en Madrid y las propuestas de trabajo que me permitieron escapar de Cuba con mi hijo Milton, e inaugurar en nuestras vidas la libertad definitiva.

Para el pintor, para el ciudadano, para el padre, para lo más esencial de mi ser, Palabras en el trópico parece una señal divina. Pero desconfío de las fuerzas superiores que nos rigen. Razón de más, entonces, para agradecer tanta generosidad a una constelación de palabras bellas.


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