Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Los libros
Sus mejores cuentos

por C. E. D., Miami Parte 1 / 2

La ensayista, narradora y poeta Uva de Aragón recuerda cómo, a los trece años, se adentró en el mundo narrativo de su abuelo, quien le transmitió una pasión irrenunciable por la palabra escrita.

Un compromiso de ascendencia vital

Mi pasión por la literatura comenzó a temprana edad. Me la inculcó mi abuela materna en mi infancia habanera. Mama Lila, que había vivido rodeada de escritores toda su vida, me leía de las Cien Mejores Poesías de la Lengua Castellana cuando yo apenas comenzaba a unir vocales y consonantes en las aulas escolares. No entendía todas las palabras de aquellos versos, pero me fascinaba la musicalidad y el misterio que encerraban. También aquella Scherezada de mi niñez me hablaba de mi abuelo, Alfonso Hernández-Catá, escritor de la primera generación cubana, tempranamente desaparecido en un accidente de aviación en 1940, cuatro años antes de mi nacimiento. Me contaba de su vida en Madrid, donde alternaba con intelectuales de la talla de José Ortega y Gasset, los hermanos Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti y Benito Pérez Galdós, quien había sido una especie de mentor y padre exigente para el diplomático y narrador cubano.

Empecé a devorar libros a los nueve años. El verano que cumplí trece me leí casi en su totalidad la obra de Alfonso Hernández-Catá. Un día tomé al azar uno de aquellos volúmenes bellamente encuadernados en azul, que había visto desde siempre en los estantes de la biblioteca de mi casa. No fue hasta mucho tiempo después que comencé por la última antología del autor, Sus mejores cuentos, publicada por la Editorial Nascimiento en Santiago de Chile, en 1936, donde a la sazón Hernández-Catá era Ministro Plenipotenciario de Cuba. Y así, escondida por los rincones, sin levantar apenas la vista de aquellas páginas, me adentré en el mundo narrativo del abuelo que me transmitiera en la sangre la pasión irrenunciable por la palabra escrita. Viví en esos cuentos el dolor de la madre que descubre que su hijo ha sido testigo de su adulterio y no encuentra otra salida que el suicidio. Sentí el terror de la niña que muere de espanto, los bracitos como de cera aferrados a la cuna, cuando una institutriz cuelga un espantajo en su habitación para que se tranquilice y poder reunirse así con su novio. Las injusticias laborales y sociales, la envidia, el machismo, el amor, la muerte... cobraron nueva luz en cuentos como Los chinos, La galleguita, El maestro, La culpable, Noventa días y La mala vecina. Los oscuros dramas de personajes entrañables quedaron grabados en mi alma adolescente.

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