Jueves, 30 mayo 2002 Año III. Edición 377 IMAGENES PORTADA
Los libros
Presidio modelo

por C. E. D., Miami Parte 1 / 3
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Uno de los libros que según el narrador Rolando Sánchez Mejías más lo marcaron en la segunda etapa de su infancia, fue el testimonio de Pablo de la Torriente Brau, que además marcó su iniciación en la literatura cubana.

                  El mal, ¿nos concierne a todos?

Los dos libros que más me impresionaron en la segunda época de mi infancia —la primera estuvo marcada por Verne, Scott, Las mil y una noches, Selma Lagerloff...— fueron Las palabras, de Jean Paul Sartre, y Presidio Modelo, de Pablo de la Torriente Brau.

Yo tenía —y tengo— orejas grandes, y los pelados que me hacían de pequeño agigantaban mis orejas.

También la tartamudez ayudó.

Sartre era tartamudo y bizco y su prosa me pareció tan convincente que sus defectos me parecían intrínsecos a la sustancia de que estaba hecho su cuerpo. Aún hoy, a pesar de que Sartre sea vilipendiado y menos leído, me parece el mejor prosista contemporáneo en lengua francesa. Cosas de la infancia.

Presidio Modelo fue mi iniciación en la literatura cubana. Lo leí varias veces intentando comprender si el mal nos concernía a todos o si sólo tenía lugar en espacios cerrados como un presidio. Esa comprensión duró años y aún dura. Por otra parte, pasé varios años de mi vida en espacios cerrados —primero una beca militar a los once años, luego seis años de servicio militar en el ex presidio del Castillo de El Príncipe—, y la pregunta seguía —sigue— en pie.

Pablo de la Torriente (1901-1936) escribió su libro entre 1932 y 1935. Fue mecanógrafo del antropólogo Fernando Ortiz y fue encerrado 105 días en el Presidio de Isla de Pinos por sus actividades políticas. Había nacido en Puerto Rico y había vivido de niño con su padre en Santander, de donde viajó a La Habana, de nuevo a Puerto Rico, luego a Santiago de Cuba y por fin a La Habana, en 1919. Fue herido en 1930 en la manifestación de septiembre contra Machado, y encarcelado 105 días; poco después fue otra vez a la cárcel, casi un año: Presidio Modelo, Isla de Pinos. Murió en combate, en Majadahonda, Madrid, durante la guerra civil, a favor de los republicanos.

Apenas llegó al Presidio en Isla de Pinos conoció a su director, el inolvidable capitán Castells, expresión de la estupidez criolla, una mezcla de voluntad de redención, retórica e instinto biológico predador.

Un parlanchín asesino. Un obseso de su tarea salvífica a través de las instituciones modernas, como la "regeneración" del ser a través de un equilibrio entre violencia e ilustración.

Castells. Su nombre resonaba en mi infancia de manera peculiar. No sabía que era un apellido catalán. Ahora que vivo en Cataluña la dureza de sus sílabas, sin embargo, no dejan de tener cierta emoción épica, como si el Mediterráneo dilatara en el aire transparente cualquier operación del sentido. Castells suena hermoso a mis oídos: apellido catalán que llevaba un sinvergüenza. Ahora se refiere a castillos, pueblos, rentistas...

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