Jueves, 16 mayo 2002 Año III. Edición 367 IMAGENES PORTADA
Los libros
Hombres sin mujer

por C. E. D., Miami  
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Para el narrador y dramaturgo Luis Agüero, esta famosa novela de Carlos Montenegro es la más patética historia de amor homosexual que uno pueda imaginar.

El hombre equivocado

Allá lejos y hace tiempo, en La Habana y aún en los tempranos sesenta, un grupo de amigos de entonces, entre los que recuerdo nítidamente a Oscar Hurtado, Antón Arrufat, Sabá Cabrera, Raúl Palazuelos y, tal vez, Natalio Galán, discutíamos acerca de la novelística cubana, o más bien sobre cuál era para cada uno de nosotros la mejor novela que había escrito un cubano hasta esos momentos. Alguien se refirió a El Siglo de las Luces, recién editada, y creo que fue Sabá quien la objetó, señalando que Alejo Carpentier era un francés que escribía en castellano.

Por supuesto, también se habló de Cecilia Valdés, El negrero, Generales y doctores y hasta de La carne de René. Arrufat votó enfáticamente por Mi tío el empleado, de Ramón Meza; y Hurtado comentó más enfáticamente que la gran novela cubana estaba aún por publicarse, pero que como él mismo era su autor podía adelantarnos que se titularía Los papeles de Valencia el mudo. Fui yo el único que se decidió por Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, propuesta que la mayoría desestimó por considerarla una obra menor.

Después de casi cuatro décadas, más de media docena de escritores cubanos —desde Guillermo Cabrera Infante hasta Benigno Nieto, pasando por Antonio Benítez Rojo, Leonardo Padura y Guillermo Rosales, por señalar únicamente los que son más de mi gusto— han concebido también más de media docena de títulos imprescindibles para la novelística isleña; de todos modos, yo sigo pensando que Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro, es la mejor novela que un autor cubano ha escrito hasta el día de hoy. No dudo que tampoco esta vez mi opinión logre consenso.

Y no lo dudo porque Carlos Montenegro es el hombre equivocado de la literatura cubana: escribió su libro en el idioma que no debía, en el momento que no era y en el lugar que menos le beneficiaría. Estoy convencido de que si ese mismo libro se hubiera editado en inglés, habría gozado del mismo éxito que lograron autores como Erskine Caldwell, John Steinbeick e incluso Ernest Hemingway. También estoy convencido que si ese mismo libro se hubiera publicado en la época del llamado boom de la literatura latinoamericana, habría obtenido el mismo premio que le abrió las puertas a, por ejemplo, Mario Vargas Llosa por su excelente La ciudad y los perros. Y, por supuesto, estoy total y absolutamente convencido de que si ese libro fuera patrimonio de otro país donde no imperara un régimen dictatorial, homofóbico y que considera la cultura artística como un subproducto utilitario para sus intereses políticos, desde hace muchísimo rato Hombres sin mujer ocuparía el lugar que sin duda merece en la narrativa cubana de largo alcance.

Lo más curioso de lo expuesto es que, a mi entender, el propio Carlos Montenegro es el mayor culpable de este incontrastable juego de errores. Resulta obvio que su intención fue escribir uno de esos libros que en la época de su aparición, y todavía en la actualidad, son considerados bajo el rótulo ingenuo de literatura de denuncia social; pero el tiro le salió (literalmente) por la culata, y el resultado final es la más patética historia de amor homosexual que uno pueda imaginar, ya que no sólo apela a los resortes del melodrama, la violencia y el suspenso, sino además al trascendente dictado de lo inevitable. Montenegro versiona, sin darse cuenta, el mito yorubá de la seducción de Oggún por Oshún; y también, sin darse cuenta, cambia el entorno abierto del monte por el espacio cerrado de la cárcel: el dios de los metales tiene la posibilidad de escapar de la diosa del amor, que brota de las aguas del río embarrada en miel, ocultándose en la abigarrada maleza de la manigua; el negro Pascasio, que opera una sierra asesina, no encuentra rincón donde evitar los avances eróticos de la Morita, el pederasta más codiciado del presidio donde cumple su condena. El ámbito claustrofóbico en que se desarrolla esta fábula sentimental le otorga la categoría de la tragedia.

Este libro es, para concluir, un ejemplo de la inevitabilidad del talento: cuando un buen texto está listo para nacer, de muy poco valen las artimañas de su autor para hacerlo abortar. Por ello insisto en afirmar que Carlos Montenegro quizá no sea el mejor novelista cubano, pero Hombres sin mujer sigue siendo para mí la mejor novela que se ha publicado en la Isla.


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